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Los Medios de información: las aventuras de la libertad

Desde tiempos remotos hasta una época histórica más reciente en la mayoría de las sociedades el saber se ha considerado como un privilegio vinculado a una función de poder de los reyes, los sacerdotes, los mandarines, los hechiceros. Y la transmisión de ese saber de una generación a otra, cuando no era oral y personalizada, suponía la redacción de textos esotéricos o cifrados, que sólo entregaban su secreto a los iniciados y que, inscritos en pieles, papiros o pergaminos preciosos, se guardaban en cofres cuidados como tesoros.

Se cuenta que antiguamente un rey de Persia perdió el sueño cuando supo que el rey de una comarca india cercana había hecho escribir, y someter a vigilancia constante, una colección de relatos que, según se afirmaba, resumían toda la sabiduría de su pueblo. Encomendó a uno de sus consejeros más próximos la misión de obtener, a cualquier precio, una copia de la obra. El consejero consagró a esa tarea largos años, pues necesitó tiempo para introducirse en la corte del rey indio, granjearse su confianza, seducir a algunos de sus íntimos, sobornar a otros, y conseguir finalmente una copia fiel del codiciado manuscrito...

Por consiguiente, la información, por regla general, sólo circulaba por los canales más confidenciales. Y para obtenerla, las más de las veces, era necesario arrebatarla. ¿No existen acaso numerosas leyendas que glorifican a héroes que supieron afrontar los peores peligros para apoderarse de una fórmula misteriosa o de una verdad oculta? Algo de esas proezas tienen también esos raros paréntesis de la Historia durante los cuales el saber pudo circular fuera de las avenidas secretas del poder proyectarse en una ciudad, incluso en toda una región y ser objeto de amplios debates entre filósofos y sabios.

Siempre habrá existido, en todo caso, un estrecho vínculo entre la circulación de los conocimientos, la emancipación de los espíritus y la democratización de la vida pública. La novedad es que los paréntesis de ayer se han convertido en la norma de hoy. La circulación de la información responde ahora a una necesidad que, por doquier, resulta imposible reprimir.

¿Ha dejado entonces el saber de ser fuente de poder? De ninguna manera. Pero los progresos de las ciencias y las técnicas de la comunicación, conjugados con la exigencia universal de libertad y aguijoneados por la alfabetización acentúa constantemente la necesidad de información ejercen una presión creciente para que se amplíe y se comparta. Son cada vez más los conocimientos que llegan a un número cada vez mayor de personas. Y los diversos poderes académicos, políticos, militares sólo se perpetúan si poseen saberes cuya complejidad va en aumento, y que logran mantener secretos durante un tiempo cada vez más breve.

La circulación de la información acrecienta, por consiguiente, sin cesar el número de ciudadanos capaces de elegir, así como las opciones que se les ofrecen. Y complica, cada día más, la tarea de los que quisieran hacer esa elección en su lugar. Por tal motivo, la libertad de informar, inseparable de la libertad a secas, se ha convertido en un imperativo categórico. Y por eso la Unesco, cuyo mandato es promoverla, sitúa en primer lugar entre sus prioridades la obligación de apoyar todos los esfuerzos encaminados a multiplicar y ampliar los circuitos a través de los cuales esa libertad puede expresarse, así como a resolver los inevitables dilemas que suscita su propio desarrollo. 

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Septiembre de 1990

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