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El Egipto de los Faraones

El antiguo Egipto, que desde siempre sedujo a sabios y a viajeros, sigue conservando hoy, doscientos años después del nacimiento de la arqueología egipcia moderna, todo su poder de fascinación. La egiptología es una ciencia que progresa constantemente a medida que los especialistas avanzan en su paciente tarea de reconstituir a partir de vestigios que se han conservado perfectamente gracias a la sequedad del aire y la arena del desierto una civilización que les entrega sus riquezas pero que aun guarda numerosos secretos. Y las muchedumbres que se agolpan para visitar las exposiciones internacionales de arte egipcio dan testimonio del atractivo cada vez mayor que ejerce la cultura del antiguo Egipto sobre el gran público. Por su parte, la grandeza de las pirámides, el esplendor de las tumbas y de los templos del valle del Nilo, el misterio de los jeroglíficos grabados en piedra o pintados en papiro han proporcionado una visión del Egipto faraónico que, aunque a veces se desvíe de la realidad histórica, nunca ha dejado de estimular, a lo largo de los siglos, la imaginación de artistas, arquitectos, escritores y músicos.

El redescubrimiento del antiguo Egipto en la época moderna y las grandiosas realizaciones de su arquitectura y de su ingeniería son algunos de los temas abordados en el presente número de El Correo de la UNESCO. De todos modos, nuestro propósito esencial era mostrar, a través de algunos aspectos más íntimos de la vida de los antiguos egipcios que la egiptología actual ha puesto de relieve, la idea que tenían de sí mismos y del universo, su existencia y sus ocupaciones diarias al ritmo de las estaciones y de la crecida anual del Nilo, las extrañas y complejas divinidades omnipresentes en su panteón y su concepción del más allá. Todo ello nos da una visión de una sociedad en la que lo sagrado y lo sublime se fundían íntimamente en la trama de lo cotidiano, de una civilización que supo elaborar una síntesis única de lo pasajero y lo eterno. Tal vez sea en el arte donde mejor se exprese esa armonía; en efecto, gracias a la precisión en el detalle y la búsqueda de los matices más sutiles en la expresión y el movimiento, el arte del Egipto faraónico nos ofrece un vivo retrato de un pueblo, de un país y de una época en la que todos los aspectos de la vida terrena, desde las faenas del campo hasta el círculo familiar y los placeres más efímeros, se hallaban revestidos de un carácter sagrado y cósmico.

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Septiembre de 1988