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Aprender es un juego de niños

Los primeros años de vida del niño son decisivos para su futuro y, en particular, para su éxito posterior en la escuela. Muchos estudios muestran que es rentable invertir en la atención y educación de la primera infancia, sobre todo en los países pobres. Sin embargo, los esfuerzos para atender y educar a los más pequeños son todavía insuficientes. 

La atención y educación de la primera infancia debería ser objeto a priori de una gran solicitud. En primer lugar, es el primero de los objetivos de la Educación para Todos fijados por la comunidad mundial el año 2000, en el Foro Mundial sobre la Educación de Dakar. Además, la Convención sobre los Derechos del Niño, ratificada por nada menos que 192 países, la reconoce como un derecho. Por último, es bien sabido que los primeros años de la vida de un niño son decisivos para su futuro y, en particular, para su éxito en la escuela. Muchos estudios lo demuestran.

El más conocido es el realizado con respecto al programa High/Scope Perry Preschool entre 1962 y 1967, que ha sido objeto de un seguimiento regular desde ese último año. A 58 de los 123 alumnos afroamericanos de familias pobres de la escuela primaria Perry de Ypsilanti (Michigan, Estados Unidos) que tenían muchas probabilidades de fracasar en sus estudios, se les permitió beneficiarse de un plan educativo de apoyo entre los tres y cuatro años de edad, antes de su ingreso en dicha escuela. Una vez en ésta, fueron objeto de una evaluación anual hasta la edad de 11 años, y luego fueron entrevistados en diversas etapas de su vida.

Se ha comprobado que los beneficiarios del plan de apoyo cursaron mejor sus estudios, ya que 65% terminaron la enseñanza secundaria, mientras que ese porcentaje sólo alcanzó a 45% entre los que no fueron incluidos en el plan. También lograron mejores puestos de trabajo: 60% de los beneficiarios del programa ganan hoy más de 20.000 dólares anuales, y sólo 40% de los que no participaron en él alcanzan ese nivel de ingresos. “Por regla general, el rendimiento de la inversión en la enseñanza preescolar es muy alto, y esto es muy importante que lo tengan en cuenta los países pobres”, dice Nick Burnett, director del Informe Mundial de Seguimiento de la EPT en el Mundo, cuya edición de 2007 –centrada en la educación de la primera infancia– se presentará al público el próximo 26 de octubre. Así, apostar por la educación de los niños más pequeños es un medio para contribuir a la reducción de la pobreza.

La pariente pobre

Sin embargo, la atención y educación de la primera infancia –la etapa de la vida que va del nacimiento al ingreso en la escuela primaria– sigue siendo la pariente pobre de la educación. La mitad de los países del mundo carecen de sistemas formalmente estructurados para dar acogida a los niños más pequeños y el gasto público en ese tipo de educación sigue siendo insignificante en muchos casos. Los organismos donantes de ayuda destinan a la educación preescolar 10% de lo que asignan a la enseñanza primaria. La escolarización en la enseñanza preescolar difiere mucho según las regiones: en la mayoría de los países industrializados está prácticamente generalizada y en América Latina y el Caribe alcanza un índice de 62%, porcentaje muy superior al del Asia Meridional y Occidental (32%), los Estados Árabes (16%) y el África Subsahariana (12%) (Fuente: Informe Mundial de Seguimiento de la EPT en el Mundo 2007).

Esas cifras deben manejarse con cautela, porque una característica de la atención y educación a la primera infancia es que no siempre tiene por escenario la escuela. “Al contrario de lo que ocurre en la enseñanza primaria y secundaria, intervienen en ella otros protagonistas que no pertenecen al sistema educativo formal, por ejemplo las familias y las comunidades”, explica Hye-Jin Park, de la División de Educación Básica de la UNESCO. En Europa se estima que el Estado tiene una función legítima que desempeñar en la educación de la primera infancia, pero en otras regiones no ocurre así por considerarse que pertenece al ámbito de la iniciativa privada. “No hay consenso universal acerca de lo que debe incumbir al Estado o a la familia”, admite Nick Burnett.

Aprender a vivir en sociedad

“En realidad, definir lo que es bueno para el niño no es sencillo. Este tema siempre ha sido muy controvertido”, agrega Anne-Marie Chartier, profesora e investigadora de historia de la educación en París. Un ejemplo reciente es la polémica suscitada en Francia entre docentes y especialistas en psiquiatría infantil acerca de la necesidad de escolarizar o no a los niños de menos de dos años. El tema es delicado, porque la educación de la primera infancia no es una cuestión puramente educativa. Atañe también a la nutrición, la salud y el desarrollo cognitivo. “A esta edad – dice Pepa Del Val, maestra en la escuela Nuestra Señora de la Sabiduría de Madrid– se aprende a manejar un lápiz, por supuesto, pero más que nada se aprende a ser solidario con los demás y respetarlos, esto es, a ser personas capaces de vivir en sociedad”.

La atención y educación de la primera infancia han progresado en casi todos los países en los últimos decenios: desde 1970, el número de niños escolarizados en la enseñanza preescolar se ha triplicado en todo el mundo. “Cada vez abundan más las mujeres que quieren trabajar, y este fenómeno, unido al declive del papel tradicional de la familia, se plasma en un aumento de la demanda de educación preescolar”, dice Nick Burnett. Sin embargo, los niños que tienen menos acceso a ella son los más pobres, esto es, los que más la necesitan. Hoy en día, todavía mueren en el mundo, cada año, unos 10,5 millones de niños menores de cinco años a causa de enfermedades que se pueden prevenir.

Agnès Bardon

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Octubre de 2006