
Afganistán: los senderos de la reconstrucción
Un año y un día después del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush anunció ante la Asamblea General de la ONU que Estados Unidos iba a regresar a la UNESCO, tras 18 años de ausencia. Estados Unidos, miembro fundador de la UNESCO en 1945, contribuyó activamente a definir su mandato: el fomento de los derechos humanos, de la libre circulación de ideas y de información, de la cooperación científica y cultural, y del acceso a la educación para todos. Estas misiones siguen siendo igual de pertinentes que hace medio siglo. Pero ninguna resulta más urgente hoy que la de promover entre los Estados —así como en las universidades, la comunidad científica, las instituciones culturales, las escuelas, las empresas y la ciudadanía en general— un diálogo auténtico y permanente entre las culturas.
Pocas semanas después del 11 de septiembre de 2001, la Conferencia General de la UNESCO —la primera gran reunión internacional de nivel ministerial que se celebraba tras ese día terrible— aprobaba por unanimidad la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural. La Declaración subraya el vínculo fundamental entre el desarrollo sostenible y la diversidad cultural, “tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos”, afirmando que “el respeto de la diversidad de las culturas, la tolerancia, el diálogo y la cooperación, en un clima de confianza y de entendimiento mutuos, están entre los mejores garantes de la paz y seguridad internacionales”. Al adoptar ese texto, los 188 miembros de la UNESCO rechazaban a la par la teoría del choque de civilizaciones y todas las formas de fundamentalismo.
En Afganistán, país al que dedicamos el tema central de este primer número de El nuevo Correo, la guerra y el culto a la ignorancia, a la segregación y a la violencia sembraron la ruina y la desesperación. Urge una labor de reconstrucción tan ingente que justificaría por sí sola todas las muestras de ayuda y de solidaridad. Pero hay más. Afganistán fue antaño, y durante siglos, cuna de un mestizaje cultural extraordinario, quizás sin parangón en la historia. Los pocos vestigios que quedan en pie ilustran de forma desgarradora el concepto de patrimonio común de la humanidad.
Michel Barton, Director y jefe de redacción