
Avicena
Ibn Sina, conocido en Occidente con el nombre españolizado de Avicena, una de las principales figuras de la ciencia y la filosofía islámicas, nació en el año 370 de la Hégira, hace ahora exactamente mil años según el calendario cristiano.
Vino al mundo el gran sabio y filósofo en una región del Asia central que entonces formaba parte integrante del Imperio abasida. Este inmenso Estado, fundado en la fe islámica y que se extendía desde los confines del actual Afganistán en el este hasta España en el oeste, comenzaba entonces a desintegrarse políticamente. Varios soberanos, celosos de la independencia de sus respectivos reinos, lograron reducir la influencia en ellos del califa de Bagdad a una simple autoridad simbólica.
Pero este desmembramiento, en vez de generar la decadencia cultural, iba a enriquecer la civilización islámica con los aportes culturales y científicos de cada uno de esos nuevos Estados, cuyos soberanos se disputaban la presencia en su territorio de sabios y pensadores. (Véase El Correo de la Unesco, diciembre de 1977). Tan brillante civilización se propagó pronto por Occidente, siendo uno de los fermentos del Renacimiento europeo.
Avicena es una las más eminentes figuras de esa epopeya cultural. Su influencia alcanzó a todo el Islam y, penetrando en Europa a través de la España musulmana o al-Andalus, se mantuvo viva durante varios siglos. Por eso puede considerarse al gran pensador y sabio islámico, situado en una encrucijada de civilizaciones y de épocas diferentes, como un genio de toda la humanidad.