El reciente descubrimiento en la Biblioteca Nacional de Madrid de dos gruesos manuscritos de Leonardo de Vinci, con dibujos y textos, a los que por largo tiempo se consideró perdidos, permite abrir un nuevo y sorprendente capítulo en la historia del pensamiento y de la obra de Leonardo, genio universal por antonomasia.
Por Anna Maria Brizio
Los códices de Madrid representan un conjunto sin par en el que Leonardo consignó infinidad de notas y de pensamientos, como los resultados de sus investigaciones y experimentos en la esfera del arte, la mecánica, la geometría, la hidrología, la anatomía, la meteorología y el vuelo de las aves. En ellos se nos ofrece una visión dinámica del universo en que las fuerzas y los elementos naturales se interfieren en un perpetuo movimiento y sin cesar se transforman.
Los dos nuevos códices de Madrid han incrementado de golpe en unas setecientas páginas el volumen de los manuscritos leonardianos, que suman en total cerca de seis mil páginas. Se trata además de setecientas páginas de la máxima importancia, que aportan elementos absolutamente nuevos y sobremanera valiosos para aclarar cuestiones muy controvertidas acerca de Leonardo y que seguían sin resolver, ya que sólo se disponía de elementos fragmentarios e incompletos.
En conjunto, los dos códices abarcan una quincena de años, desde 1491 a 1505, los más fecundos de la actividad de Leonardo. Sus características no son las mismas. El Madrid I es un códice excepcionalmente homogéneo en su contenido y se refiere esencialmente a la mecánica. El Madrid II, en cambio, versa sobre gran variedad de temas, en gran parte relacionados con el arte.
Hay en él observaciones muy finas sobre los efectos cromáticos y atmosféricos que se refieren a la pintura, y que de hecho utilizó Leonardo en su Tratado de la pintura; un fascículo completo está dedicado a la fundición del “gran caballo de Milán” para el monumento ecuestre a Francesco Sforza (véanse las págs. 37 a 39). Son también muchos los dibujos arquitectónicos, relativos sobre todo a las fortificaciones.
Pero, tratándose de Leonardo, la distinción entre dibujos artísticos y de otra índole carece de sentido y fundamento, ya que es totalmente ajena a sus procesos mentales. En Leonardo, la actividad artística y la científica nacen de un mismo origen y retoñan incesantemente la una de la otra, de modo que los resultados de aquélla repercuten en la evolución de ésta, y recíprocamente. El dibujo es siempre en él verdaderamente un lenguaje, dotado de extraordinaria fuerza creadora y de la misma claridad, belleza y expresividad, cualquiera que pueda ser su tema y contenido.
Es interesante señalar que los etéreos dibujos de montañas, a sanguina, tan nuevos y modernos en su modo luminoso e indefinido de representar el paisaje, fueron realizados durante una serie de operaciones de levantamiento cartográfico en el valle del Arno; y que los dibujos del Códice Madrid I que representan máquinas poseen una precisión y una fuerza de expresión tales que, a la vez que la Imagen más evidente del objeto, comunican el sentido dinámico de su función, como ocurre también con los dibujos de anatomía que Vinci nos dejó.
De todos los códices leonardianos llegados hasta nosotros, el Madrid I es uno de los más sistemáticos si es que cabe emplear esta palabra hablando de Leonardo y está casi totalmente dedicado a la mecánica. Exteriormente Incluso, es uno de los mejor ordenados y presenta el aspecto de un bello ejemplar, hasta el punto de que, en muchas páginas, los dibujos están tan precisa y exactamente delineados y sombreados y el texto correspondiente tan impecablemente paginado que cabe pensar que Leonardo lo destinaba a la imprenta.
En el códice figuran dos fechas extremas: 1493 y 1497; me inclino a pensar que en conjunto se acerca más a aquélla que a ésta, debido a numerosos elementos que existen también en otros manuscritos leonardianos de la primera mitad de ese decenio.
Se trata del decenio crucial de la actividad de Leonardo en Lombardía. Durante esos diez años se dedica cada vez más insistentemente, y con creciente amplitud y resultados cada vez más fecundos, a estudiar la mecánica considerada en su doble aspecto teórico y práctico: definición de los principios y leyes de las «potencias» (“potenzie”, como él las llama) que mueven el mundo: peso, fuerza, movimiento, impulso; y aplicación de ciertas leyes a la construcción de ingenios mecánicos. Leonardo expresa claramente la correlación entre los dos aspectos o momentos:
“El libro de la ciencia de las máquinas precede al libro sobre la manera de aplicarlas” y “La mecánica es el paraíso de las ciencias matemáticas ya que por ella se llega al meollo de la matemática”.
La parte más espectacular del manuscrito, por la belleza de unos dibujos que se han hecho muy pronto famosos, es la dedicada al estudio y representación de las máquinas, y más exactamente de los distintos elementos que integran la parte más compleja de una máquina: una especie de anatomía mecánica, en suma.
Ladislao Reti, que ha sido el primer especialista de Leonardo en examinar los códices de Madrid y que los ha estudiado con inteligencia y pasión durante años de intenso trabajo, ha puesto de relieve y ha ilustrado la suma de geniales intuiciones y soluciones mecánicas del códice Madrid I, entreveradas a menudo, asombrosamente, de principios y artefactos que tan sólo muchos decenios, y aun siglos, más tarde alcanzaron una formulación rigurosa y tuvieron una aplicación precisa.
Desde el primer momento, Reti centró su atención, de entre la multitud de estudios mecánicos del Códice Madrid I, en dos temas, sobresalientes por su novedad y por la envergadura e importancia de su desarrollo: el movimiento de los proyectiles y el del péndulo.
Leonardo distingue entre “movimiento natural” y “movimiento accidental”, analizando las características y las leyes de uno y otro. En su opinión, el movimiento natural es el que se deriva de la acción de la gravedad. “Todo peso desea caer hacia el centro de la Tierra por el camino más corto”, escribe con su típico modo de expresarse, que tiende a personalizar las cosas y los procesos de la naturaleza.
“Movimiento accidental” es el causado por una fuerza que él llama “potencia” y que se opone al “deseo del objeto de reposar en el centro del mundo, y es un movimiento violento”. En el folio 147 recto del Madrid I se analizan agudamente el movimiento natural y el accidental, en sus leyes y en su comportamiento:
“... Tomemos como ejemplo un peso de forma redonda suspendido a una cuerda y al que llamaremos a. Levántese tan alto como el punto de suspensión de la cuerda que lo sostiene, punto al que llamaremos f... Afirmo en efecto que, si se deja caer ese peso, todo el movimiento que realice de a a n (véase el dibujo de la pág. 10) se llamará movimiento natural porque se mueve para acercarse al centro del mundo. Una vez llegado al lugar deseado, es decir n, se produce otro movimiento al que llamaremos accidental porque va contra su deseo”.
Y Leonardo formula claramente las leyes de estos dos movimientos: “El cual movimiento (accidental)... será siempre menor que el natural”, y aun: “El movimiento natural, cuanto más se acerca a su fin (de a a n, como en el dibujo) más veloz se torna; el movimiento accidental (de n a m) hace lo contrario”.
Y en el mismo pasaje Leonardo analiza de manera penetrante el movimiento de un proyectil lanzado al aire: “Pero, si esos movimientos se efectúan hacia el cielo, como en el arco que describe una piedra, el movimiento accidental será entonces mayor que el que llamamos natural... (al volver hacia tierra tras haber alcanzado la cima del movimiento ascendente) esa piedra no sigue ya en el aire la forma del arco comenzado, sino que, en su gran deseo de volver abajo, traza una línea mucho más curva y más corta que la descrita al subir”.
¡Admirable Leonardo! Casi un siglo después, Galileo consideraba todavía la línea trazada por el movimiento de los proyectiles en el aire como una parábola perfecta. En cambio, la mirada agudísima de Leonardo había “visto” la trayectoria auténtica del proyectil y formulado incluso su exacta demostración gráfica en sus dibujos.
En lo que atañe al movimiento del péndulo, también Leonardo observó acertadamente que, en sus oscilaciones, el arco descrito por su movimiento ascendente es más breve que el descendente, y va siéndolo cada vez más al ir resultando más lentas esas oscilaciones. Señala asimismo el gran sabio que cuanto más pequeño es el arco tanto más uniformes tienden a ser las oscilaciones del péndulo.
Muy conocidos son los estudios de Leonardo sobre el empleo de mecanismos pendulares para mover sierras, bombas y, sobre todo, molinos y otros ingenios semejantes. Pero ¿pensó alguna vez en aplicarlos a los relojes? La cuestión ha sido planteada y discutida muchas veces, pero quedaba siempre sin resolver por falta de elementos. En múltiples páginas del Códice Madrid I, Ladislao Reti encontró toda una serie de notas y dibujos de Leonardo y los analizó e Interpretó tan argumentadamente para demostrar que se trata de estudios encaminados a conseguir la aplicación de esos mecanismos pendulares al “tiempo de reloj” que logró por fin convencer de la certeza de su tesis al profesor Silvio Bedini, uno de los especialistas que mejor conocen la historia de la relojería. Ambos estudiosos escribieron un capítulo sobre el tema para el libro El Leonardo desconocido, capítulo profusamente ilustrado con reproducciones del Códice Madrid I.
Leonardo se ocupó siempre de los aparatos de relojería. A juzgar por los manuscritos de Madrid, demuestra conocer muy bien e interesarse mucho por los grandes relojes y planetarios existentes en Lombardía, sobre todo por el reloj de la torre de la abadía de Chiaravalle, cerca de Milán, y el astrarium de Giovanni de Dondi en la biblioteca ducal del Castillo Visconti de Pavía, muchas piezas de cuyo complicado mecanismo dibuja en los códices madrileños.
Pero en lo tocante a su originalísima idea, que anuncia los estudios de Galileo Galilei, de aplicar el péndulo a los aparatos de relojería, Bedini y Reti Indican como decisivos los folios 9 recto, 61 verso y, por encima de todo, el 157 verso del Madrid I. En el primero hay el dibujo de una rueda catalina unida en un mismo eje a un tambor motor de cuerda y pesa; en el 61 verso aparecen dibujados con excepcional precisión y exactitud dos tipos de escape de péndulo, uno con rueda dentada horizontal y otro con rueda dentada vertical; en el folio 157 está representado más someramente un aparato completo de contrapesos de cuerda enrollada en un tambor, engranajes, levas de surco sinusoidal y escape de volante; tales piezas reaparecen una y otra vez en otros folios del Códice Madrid I, pero solamente en ésta se hallan perfectamente montadas.
Leonardo no llega a dibujar un reloj de péndulo completo ni siquiera en este códice. Parece como si hubiera estudiado las distintas partes de una máquina para comprender mejor su estructura y su funcionamiento, y no la representación de máquinas montadas. Pero, en el dibujo del folio 157 verso, Bedini y Reti no vacilan en identificar el primer proyecto de reloj de péndulo, casi un siglo antes de Galileo.
En el Madrid I se estudian otros muchos artefactos: muelles de relojería, resortes para obtener un esfuerzo constante, engranajes para transmitir el movimiento... Asimismo, se presta gran atención al problema de reducir el frotamiento, dándole soluciones sobremanera Ingeniosas.
Me limitaré a citar unas cuantas observaciones de Carlo Zammattio, que ha señalado con cuanto Interés e ingenio supo Leonardo, en Lombardía, estudiar los movimientos del agua y sus “giovamenti”, esto es, su utilización como fuerza motriz en las máquinas y, sobre todo, en los molinos.
Como luminoso ejemplo de intuición de las leyes universales inspirada directamente en la experiencia, Zammattio alude a las conclusiones a que llega Leonardo al proponerse calcular la “potencia”, es decir, la fuerza motriz de una sucesión de chorros que caen de unos orificios iguales, pero situados a distinta altura, en un recipiente lleno de agua que se mantiene a un nivel constante. Observa Leonardo que la potencia de los chorros es siempre la misma, y explica cómo sigue el fenómeno: cada partícula de agua que cae libremente obedece sólo a su propio peso y adquiere un Impulso que se resuelve en una fuerza de percusión si tropieza con un obstáculo.
Pero, en el recipiente del que sale, cada gota soporta, además de su propio peso, el de las partículas de agua que gravitan sobre ella: cuando los chorros que brotan de orificios situados en niveles distintos lleguen a un fondo de nivel igual, su fuerza de percusión también lo será, porque su “potencia” consiste en la suma del peso de la columna de agua que presiona sobre ellas y de la aceleración de la velocidad adquirida en la caída, y en la medida exacta en que aumenta la una disminuye la otra. En definitiva, comenta Zammattio, se trata del teorema enunciado por Daniel Bernouilli en 1738 y que es la ecuación fundamental de la hidrodinámica.
¡Tales eran las deducciones que inspiraban a Leonardo sus experimentos! En lo que atañe al Códice Madrid II, podrían hacerse otros muchos comentarios. Hay al principio del manuscrito un pasaje ya famoso porque alude implícitamente al gran fresco de La batalla de Anghiari. Dice Leonardo:
“El viernes 6 de junio comencé a pintar en el Palazzo Vecchio. En el momento en que daba la primera pincelada, se estropeó el tiempo, y la campana sonó tocando a rebato. El cartón se rasgó, el agua se vertió y el vaso de agua que traían se quebró. Súbitamente empeoró el tiempo y cayó grandísima lluvia hasta el anochecer y el día se oscureció como si fuera de noche.”
Este pasaje recuerda uno de esos extraordinarios sucesos meteorológicos que apasionaban singularmente a Leonardo y despertaban en él, a la vez que una avidez insaciable por estudiar tales acontecimientos insólitos de la naturaleza, ciertas inclinaciones apocalípticas de su fantasía.
Viene después una extensa enumeración de libros – hasta 116 títulos –, la más larga que nos ha dejado Leonardo en un manuscrito suyo, y que nos ofrece valiosas indicaciones sobre sus fuentes. Hay además otro inventario más breve y somero de 50 libros, sin citar su título y meramente agrupados por su tamaño y que, casi con toda seguridad, se refieren a manuscritos de su propia mano.
A continuación, figuran varios bellísimos mapas topográficos en color del valle del Arno y la llanura de Pisa, confeccionados con la finalidad de estudiar la desviación del río para que no pasara por esta última ciudad, que estaba en guerra con Florencia; cabe, pues, fecharlos en el verano de 1503. Están también los etéreos dibujos de perfiles montañosos, a sanguina, antes citados.
Un nuevo capítulo, hasta ahora desconocido, de la actividad de Leonardo se abre para nosotros con la reiterada evocación en esas páginas de su trabajo en noviembre y diciembre de 1504 en el puerto y la “rocca” de Piombino para los Señores de Piombino, con los consiguientes dibujos de arquitectura y fortificaciones y también infatigable observador de los fenómenos de la naturaleza con unas anotaciones sobre las corrientes marinas, los vientos del golfo y los modos de navegación, así como una serle de dibujos de barcos de vela y de su posición según como sopla el viento: se trata de unos pocos trazos recapitulativos pero que exponen admirablemente las situaciones y orientaciones.
El códice contiene también una masa riquísima de dibujos y notas acerca del vuelo de los pájaros, así como diversos apuntes sobre pintura, geometría y proporciones.
Pero el Códice Madrid II no es un solo manuscrito sino dos. En definitiva, los folios numerados del 141 al 157 verso constituyen un fascículo propiamente dicho, dedicado por completo a la fundición del “gran caballo de Milán” para el monumento a Francesco Sforza. Fundición que, como es sabido, no fue posible efectuar: Leonardo demoró tanto sus estudios que el Duque acabó por emplear el bronce destinado al caballo para fabricar cañones. Pero los estudios y proyectos de Leonardo tienen un interés muy grande y, como de costumbre, sugieren soluciones innovadoras.
En total, los dos códices de Madrid abarcan un largo periodo de tiempo, que va desde 1491, fecha que figura en el fascículo dedicado a la fundición del caballo, hasta 1505, con el recuerdo de La batalla de Anghiari. Estos son los años centrales de la actividad creadora de Leonardo, entre Milán, Florencia, sus servicios como “ingegnere generale” de César Borgia y lo sabemos ya ahora de otros señores como el duque de Piombino.
El descubrimiento de los ya famosos códices de Madrid llega en un momento en el que los estudios leonardianos se orientan más a la exploración de sus manuscritos que a la de su obra pictórica y, entre sus múltiples aspectos, en particular a los científicos, mecánicos y técnicos, en armonía con el creciente Interés del mundo moderno por estos temas y el desarrollo cada vez mayor de la historia de la ciencia y la técnica.