Para muchos habitantes de países de lengua bantú, el término ubuntu/botho encarna todas las cualidades requeridas para ocupar un sitio honorable en la sociedad. Pero también es un arma que los africanistas esgrimen para criticar la doctrina colonialista y constituye el centro mismo de la ideología humanista en la que se asienta la nueva democracia sudafricana.
Michael Onyebuchi Eze
Pregunte a cualquier persona en una calle de Harare, de Johannesburgo, de Lusaka o de Lilongwe (en el sur y el este de África), qué significa ubuntu/botho. Es más que seguro que establecerá la lista de virtudes a las que un miembro de estas sociedades debe aspirar: compasión, generosidad, honestidad, magnanimidad, empatía, comprensión, perdón y solidaridad. De hecho, la noción de ubuntu/botho (o sus equivalentes en los grupos lingüísticos bantús) se percibe como la definición misma de “persona” o “identidad personal”. Pero el término ubuntu/botho impregna más ampliamente aún las sociedades de la región al constituir la base de la ética comunitaria, del discurso identitario e incluso de una ideología panafricana en pleno desarrollo.
En el discurso africanista contemporáneo, sin embargo, se ve en ubuntu/botho ante todo una crítica a la lógica colonial, al proceso de “humanizar” o “civilizar” a las culturas no occidentales a través de la colonización. El colonialismo, con su discurso condescendiente y duro, se impuso con en el pretexto de “humanizar” o “civilizar” a los pueblos no occidentales. Esta doctrina falsamente humanista fomentó las prácticas coloniales en África bajo la forma institucionalizada de un darwinismo social nutrido de capitalismo racista.
El capitalismo racista es una teoría según la cual la raza determina las opciones de una persona y las oportunidades que tiene en la vida, ya se trate de trabajo, de residencia, de la elección de un esposo o de una esposa, de las escuelas a que asiste, etc. Los efectos de esta teoría en la experiencia de Sudáfrica se pueden comprobar en las numerosas y drásticas leyes que se aprobaron para obstaculizar el potencial de los negros. Este sistema inspiró la Ley de bienes raíces de 1913 que prohibía a los negros la compra de tierras en Sudáfrica, la “barrera del color” de 1918, la Ley de educación bantú de 1953, que abolió la enseñanza de la historia de África, la Ley de restricción del trabajo, que daba prioridad a los blancos en el empleo, así como las diversas políticas segregacionistas que, desde 1907, restringieron los movimientos de los negros y los redujeron al estado de simples herramientas de producción.
Desde 1858, la constitución de los bóers de Transvaal ya se había pronunciado por la exclusión de cualquier forma de igualdad entre blancos y negros en el ámbito administrativo y religioso. El argumento dominante fue que los trabajos forzados habían sido decretados por Dios como un privilegio divino que daba a la raza blanca autoridad sobre la raza negra, tal como proclamó en agosto de 1897 en su Volksraad [Consejo Popular] Paul Kruger, presidente de la República Sudafricana de la época: “Nuestra Constitución no quiere la igualdad. La igualdad es por otra parte contraria a la Biblia, ya que las clases sociales también fueron aplicadas por Dios.” Tiempo después escribió en sus memorias: “(...) Allí donde sólo había un puñado de hombres blancos para imponer el orden a miles de negros, la severidad era indispensable. Hemos tenido que enseñarle al hombre negro que él venía en segundo lugar, que pertenecía a la clase inferior, buena para obedecer y aprender.
Esta mentalidad dictó la política general de la historia colonial sudafricana y sirvió de cimiento a la nueva nación para construir la soberanía nacional. Pero, si el Estado colonial sudafricano se había basado en el darwinismo social, ¿cuál sería el sustrato ideológico del nuevo Estado, democrático e independiente? Aquí es donde interviene ubuntu/botho.
En el discurso público, ubuntu/botho se impuso como una forma particular de humanismo africano, presente en ciertos aforismos bantús como motho ke motho ka batho babang o umuntu ngumuntu ngabantu (una persona es una persona a través de las otras personas). En otras palabras, es en su relación con los demás que el hombre encuentra su humanidad. Este punto de vista no engendra necesariamente una estructura opresiva en la que el individuo deba perder su autonomía para preservar su relación con el “otro”.
Muchos africanistas definirían ubuntu/botho como una ética comunitaria arbitraria que no admite el bien y la prosperidad del individuo sino como una necesidad secundaria. Sin embargo, una lectura crítica de esta relación necesaria con los demás sugiere que la humanidad de una persona se desarrolla en un proceso de relación y distancia, de unicidad y diferencia. Cualquier realización de dones subjetivos (de humanidad) que poseemos unos y otros hace nacer en nosotros un deseo incondicional de percibir y explotar lo que el otro posee de único y diferente, no como una amenaza, sino como un complemento a nuestra humanidad. La fórmula ya clásica del filósofo africano cristiano J. S. Mbiti, “Soy porque nosotros somos, y porque somos, soy”, destaca una característica esencial del tipo de formación del sujeto obtenida por la relación y la distancia.
Mbiti adhiere a una declaración de la subjetividad humana que sitúa el bien de la comunidad por encima del bien individual. No estoy de acuerdo con la prioridad de la comunidad sobre el individuo. Para mí, ninguno precede al otro. La relación con el “otro” es una relación de igualdad subjetiva en la que el reconocimiento mutuo de nuestra humanidad, diferente pero igual, allana el camino hacia una tolerancia incondicional y un profundo aprecio por el “otro” como cualidad intrínseca y gratificante de la propia humanidad.
¿Una ideología unificadora?
En la historia contemporánea de Sudáfrica, ubuntu ha sido objeto de tres vastos enfoques.
El primero no ve en ubuntu sino una filosofía anacrónica pergeñada por universitarios africanos. Ubuntu desempeña, según este enfoque, el papel de un relato alternativo destinado a sustituir la lógica colonial, de un discurso identitario desesperado; en suma, una forma de ética perentoria que se supone debe ayudarnos a superar el traumatismo de la modernidad y la globalización. Puesto que ubuntu no puede asimilarse a una cultura histórica auténtica, se trata de un discurso “inventado”, de esencia alógena. Y como es inventado, ubuntu es un concepto más o menos “vacío” gracias al cual los africanistas intentan una maniobra inteligente de formación identitaria con ayuda de un nacionalismo cultural “importado”. Diferentes tradiciones culturales africanas se invocan con el fin de homogeneizar un conjunto de valores que luego son agrupados bajo el rótulo ubuntu. Ubuntu queda así consolidado como un valor universal africano, en forma independiente del contexto histórico real de las sociedades que lo practican. Ahora bien, ubuntu no tiene en absoluto necesidad de producir una historicidad homogénea para convertirse en un valor africano auténtico, como tampoco la falta de autenticidad histórica priva a ubuntu de tal legitimidad normativa.
Un segundo enfoque hace de ubuntu una ideología que puede ser explotada con fines políticos, como lo demostró su aplicación en la Comisión Verdad y Reconciliación (CVR) y en la primera redacción de la Constitución sudafricana. Como ideología, puede ser la “varita mágica” que permite capear cada nueva crisis social. Pero también puede ser objeto de abuso, y dejar de ser un valor ético para transformarse en un valor comercial que brinda a una empresa o una marca una imagen positiva (“Ubuntu seguridad”, “Restaurante ubuntu“, “Ubuntu Linux”, “Ubuntu Cola “, etc.)
El enfoque tercero y último consiste en una visión de la historia en la que ubuntu/botho se examina en el marco histórico de su aparición. Por ser un concepto histórico, gana en legitimidad emocional y ética en la medida en que aparece como un bien intrínseco de las prácticas de la comunidad que invoca sus valores.
La cuestión entonces es saber si ubuntu/botho, interpretado como una ideología, prohíbe toda posibilidad de historicidad creativa. Mi respuesta es no. El contexto en el que ubuntu/botho apareció (incluso como ideología) en la historia política de Sudáfrica fue un intento de establecer una teoría de la sucesión política en consonancia con la visión de un nuevo imaginario nacional. Por dudosos que sean sus orígenes, cuando ubuntu/botho se convirtió en una virtud pública que fue fácilmente aceptada por todos los sudafricanos, su historicidad quedó constituida. La falta de certificación de origen histórico comprobable (en fuentes escritas o como dogma cultural con variaciones) no anula su credibilidad.
Considerado como formulación de una nueva conciencia nacional, ubuntu no sólo aporta legitimidad emocional para sustituir el antiguo orden político, sino que también ofrece al orden político nuevo un sentimiento de identidad y de finalidad política. Mientras que el antiguo orden se nutría de un concepto de ciudadanía basado en la discriminación y la diferencia, el nuevo régimen se ha esforzado en ganar legitimidad tratando de forjar un concepto de ciudadanía democrática basado en la inclusión y las virtudes cívicas. Pero la nueva práctica debe deshacerse de las estructuras opresivas del pasado en favor de un sistema de valores fundado en principios de derecho y en la dignidad incondicional de la persona humana. El “concepto” de ubuntu reviste un carácter ético al crear un nuevo sentimiento de identidad nacional.
Quienes critican el empleo de ubuntu como ideología unificadora le reprochan el hecho de proponer una ética incoherente, inventada y desprovista de historia. Pero las ideologías no preceden a la historia. Nacen en respuesta a cuestiones que se plantean en una época determinada a fin de contrarrestar, corregir o erradicar una cierta mentalidad (o una ideología anterior). El desafío consiste entonces en preguntarse si es posible rehabilitar ubuntu como ideología haciendo hincapié ante todo en su carácter normativo, o si su falta de historicidad le privará para siempre de sustancia real.
Al mismo tiempo, la práctica de las virtudes humanas que hacen que un bantú llegue a ser un munhu, un umuntu o un muntu, no es exterior sino interior al contexto en el cual esa práctica se ejerce. Ubuntu sin embargo ha logrado trascender este relativismo moral generando una práctica ética aprobada por el conjunto de los sudafricanos de todas las extracciones socioculturales. Este criterio de evaluación ha servido de principio rector en la construcción de la nueva Sudáfrica, impulsado por una necesidad de reconciliación y no de división, de perdón, y no de resentimiento, de comprensión, no de venganza, y de ubuntu, no de victimización (ver documentos de la Comisión Verdad y Reconciliación). Estos son los valores venerables a los que aspiraban ya la mayoría de los sudafricanos, abonando el terreno para la aparición de un nuevo imaginario nacional. Son ellos quienes confieren a ubuntu su autoridad moral.