
Los Nómadas: una libertad condicional
Por doquier los nómadas se encuentran a contrapelo. Frente al Estado, que procura inmovilizarlos, integrarlos, controlarlos; a la sociedad sedentaria, que desconfía de ellos porque no los entiende, y a una concepción estrecha de la civilización moderna, que sólo reconoce lo que es localizable, previsible y programable.
Relegados a la periferia del sistema económico, habituados a un estilo de vida frugal y aleatorio, viven en zonas fronterizas, huyendo de todo control, ocupando a menudo tierras poco productivas. ¿Cómo es posible que resistan todavía a las presiones de la sociedad contemporánea? Y más aun, que la desafíen, al adoptar lo que aquélla rechaza, al exaltar los valores y códigos que han caído en desuso, al fundirse cada vez más con el paisaje selvas, lagos, estepas que para esa sociedad sólo son regiones hostiles y que, para ellos, representan un espacio de vida y belleza, de poesía y libertad.
Este número de El Correo procura esbozar algunas de las respuestas que esos nómadas nos proponen. Y tal vez logra sugerir, más allá de las diversas facetas de su transhumancia, una reflexión de carácter más general sobre la diferencia y la dificultad de vivir hoy día, sobre la intolerancia larvada entre vecinos, entre parientes; sobre el rechazo angustiado de lo que no se parece a nosotros, por excesivo temor de asimilarlo.
Los nómadas posan en nosotros su mirada. Y esa mirada nos exhorta, con insistencia, a preguntarnos cómo sería un mundo del que se hubiera proscrito al Otro; un mundo que fuera sólo la repetición indefinida de lo mismo. En él, además de morir de aburrimiento, pereceríamos por incapacidad de adaptarnos, cambiar y renovarnos frente a los incesantes desafíos de la vida. Para la sociedad, como para el organismo, la diversidad es una condición sine qua non de supervivencia. Es lo que los nómadas procuran recordarnos desde hace milenios.