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El mestizaje cultural: ¿fin del racismo?

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Metamorphosis I, 1997, by Hamid Sadighi Neiriz

Si el prejuicio racial comenzó como una supuesta justificación del colonialismo, entonces la mezcla de razas o culturas por sí sola no lo pondrá fin; lo que se requiere es la erradicación de su causa original, es decir, todas las formas de colonialismo, neocolonialismo, imperialismo y opresión. Mientras un país "pertenezca" a otro, mientras algunos hombres exploten a otros, no importa cuán intenso sea el cruzamiento o el entretenimiento del carnaval en Río o Trinidad, el humus vivo del prejuicio racial continuará reproduciéndose.

por Roberto Fernandez Retamar

En un trabajo publicado en el número de agosto-septiembre de 1977 de esta propia revista, escribió el gran novelista brasileño Jorge Amado:

"El Brasil es un país mestizo. Esta es una verdad incuestionable (...) Aquí se llevó a cabo y continúa realizándose una experiencia de importancia capital para la solución del problema racial que, por desgracia, sigue siendo terrible en el mundo de hoy. Aquí se mezclaron y se mezclan todavía las razas más diversas. ¿Qué brasileño podría proclamarse honestamente de raza pura si aquí se confundieron las naciones blancas más diversas ibéricas, eslavas, anglosajona, magiar y otras con las diferentes naciones negras e indígenas y con los árabes, judíos y japoneses? Se fundieron y se funden y lo hacen cada vez más. Esa es nuestra realidad más profunda y nuestra contribución a la cultura mundial y al humanismo."

Esta cita es igualmente válida para las Antillas (con añadidos de la importancia de chinos e hindúes), cuyas sociedades se desarrollaron sobre la osamenta de economías de plantación y el trabajo esclavo. Y en ambos casos el meztizaje no es sólo, ni primordialmente, racial, sino sobre todo cultural, y se expresa en numerosísimos aspectos, que incluyen, más allá de una pluralidad lingüística provocada por las respectivas metrópolis, la linguafranca de una música jocunda, convergencias míticas, el latir de una vida con incontables fuentes pero perfil propio. Brasileños y antillanos, pues, podemos y debemos ofrecernos al mundo como ejemplos de integrantes de culturas mestizas. Lo que lleva al estudioso brasileño Gilberto Freyre a la humorada según la cual en su país el fútbol es "más brasileñamente dionisíaco que británicamente apolíneo".

La rica y dramática historia de la zona, desde que a finales del siglo XV empezaron a llegar a ella los europeos y la convirtieron, al decir del dominicano Juan Bosch, en una "frontera imperial", hasta nuestros días, es el sustrato de este mestizaje, provocado por los pueblos que de grado o (especialmente) por fuerza se han establecido en el área en condiciones bien diversas. Ahora bien, ¿podemos aceptar la idea de que los sincretismos culturales, tan inevitables y abundantes entre nosotros, conducirán a la superación del racismo? Sería muy grato que pudiéramos responder afirmativamente a esta pregunta. Pero no podemos hacerlo. Se ha dicho que salvo comunidades muy aisladas, como las de ciertos esquimales en el extremo septentrional y ciertas tribus amazónicas, no hay en el hemisferio occidental razas ni culturas realmente puras. Es decir, que aquí, como en casi todas partes del planeta hoy, el mestizaje es de rigor. Lo que no impide que el racismo haya sobrevivido a este hecho y en algunas ocasiones, harto sabidas, alcance límites insoportables para la dignidad humana. Como seguramente ha sido ya expuesto en los trabajos que componen este número, el discutidísimo concepto de "raza" surgió en los albores del capitalismo, con la aspiración de sancionar las depredaciones colonialistas sin las cuales, y sobre todo sin la pavorosa esclavitud, como explicó el trinitario Eric Williams, no habría habido el capitalismo que conocemos. La misma palabra "raza" no existía en ninguna de las lenguas del mundo con la acepción que tendría, y hubo que ir a pedirla en préstamo a la zoología, lo que dice bastante. En su nuevo sentido, salta por encima de diferencias culturales a menudo enormes y proclama una homogeneidad artificial que hizo exclamar a Martí, irritado: "No hay odio de razas, porque no hay razas"; y a Fa-1 non, que "el negro" fue una invención del colonizador. Por supuesto, hay distinciones somáticas, de origen genético, que se manifiestan en aspectos visibles o no, en predisposiciones o resistencias a determinadas enfermedades, etc. Eso es todo.

Las razas no determinan a las culturas, porque no determinan nada fundamental. Las culturas son creaciones del hombre al margen de sus razas, y si relación hay entre ambas, como a veces ocurre, lo que esa relación implica es que las culturas modifican a las razas, y no a la inversa. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss ha dicho que "todas las culturas imprimen su marca a los cuerpos". Cualquiera puede comprobar esto a diario. Paseando por numerosas ciudades de una prestigiosa cultura aún viva, se puede contemplar que las mujeres, mucho más imaginativas en esto y otras muchas cosas que los hombres, tienen allí el hábito de hacerse agujeros en las orejas de donde dejan colgar variadísimos artefactos, colorean sus labios, mejillas, párpados y uñas ("se pintan para borrarse", dijo el poeta francés Paul Eluard), dan formas múltiples a sus cabelleras, se arrancan o depilan el vello en distintas partes del cuerpo, etc. Naturalmente, las ciudades pueden ser Nueva York, París o Londres, y la cultura en cuestión es la cultura occidental, por cierto una cultura sincrética por excelencia. Hechos de esta naturaleza explican con toda claridad que se suela ser un mestizo cultural con independencia del mestizaje racial. Al proceso mediante el cual se arriba a ese toma y daca que es todo mestizaje cultural lo llamó, en palabra afortunada, transculturación el polígrafo cubano Fernando Ortiz. Si el prejuicio racial comenzó con una pretendida justificación del colonialismo, no es sólo el mestizaje, de razas o de culturas, lo que provocará la extinción de aquel, sino la erradicación de la causa que le dio origen, es decir, de toda forma de colonialismo, de neocolonialismo, de imperialismo, de opresión. Mientras un país "pertenezca"- a otro, mientras unos hombres exploten a otros no importa cuan intenso sea el mestizaje, o cuan divertido sea el carnaval en Río o en Trinidad , el

humus del racismo, vivo, seguirá engendrándolo. Hay incluso algunos peligros en aquella idea según la cual el mestizaje cultural haría desaparecer por sí solo el racismo. Querríamos destacar dos de esos peligros: uno es que de alguna forma da la impresión de que homologa paradójicamente raza a cultura, lo que implica aceptar que, más allá de su condición biológica, relativamente intrascendente, la raza tiene también una incidencia histórica, que es lo que se ha pensado de Gobineau a Hitler; el segundo peligro es que postular como solución del racismo al mestizaje pertenece, en última instancia, al dominio de ilusiones como la negritud. Esta, cuya difundida denominación debemos a un memorable poema del martiniqueño Aimé Cesaire, sabemos que ha terminado por ser una nueva mistificación. Incluso cuando no se valía aún de ese nombre, presentó aspectos indudablemente positivos en la exaltación del negro hecha por hombres como el jamaicano Marcus Garvey. Sería injusto negar todo lo que debemos a reivindicaciones de ese tipo, en cuanto a hacer respetar y admirar una de las raíces esenciales de nuestro propio ser. Pero la desvirtuación posterior que sufriría el concepto acabó por descalificarlo. Un libro reciente del poeta haitiano René Depestre, Bonjour et adieu à la négritude, traza de manera acertada los avatares de lo que nació como un noble intento y concluyó como un arma hostil.

Lo que realmente sale al paso, con todas las banderas desplegadas, al racismo es la abierta actitud anticolonial lista y antiopresora de hombres como el puertorriqueño Ramón E. Betances, divulgador de grandes figuras haitianas y apóstol de la independencia de su patria; el haitiano Anténor Firmin, que en su obra de 1885 De l'égalité des races humaines afirmó: "la doctrina antifilosófica y seudocientífica de la desigualdad de las razas no reposa más que sobre la idea de la explotación del hombre por el. hombre"; el cubano Martí, cuya brega es bien conocida, el cual en 1893 escribió: "El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. (...) Hombre

es más que blanco, más que mulato, más que negro"; el martiniqueño Frantz Fanon, quien a veinte años de muerto sigue batallando todavía.

El mestizaje, tanto racial como cultural, es un paso imprescindible en la marcha hacia la extirpación del racismo; pero no es un paso suficiente. No negamos la enorme importancia del mestizaje, pero sí su condición de deus ex machina para esa extirpación. Es sobre todo en hechos como la extraordinaria Revolución Haitiana, pórtico de la independencia de Nuestra América; como la constitución de naciones en la lucha por la independencia, en los casos de la República Dominicana y Cuba, en la segunda mitad del siglo XIX, de donde salieron líderes como Gregorio Luperón y Antonio Maceo, que más que blancos, negros o mulatos eran ciudadanos mayores de sus patrias respectivas y del mundo; como la rebeldía que recorre el área y anuncia una plena liberación de la misma, el fin de la "frontera imperial"; es en estos hechos, digo, donde se dan los pasos definitivos para terminar con el racismo. Pocas veces se ha expresado con más hermosura este proyecto vital que en el inolvidable poema "Madera de ébano", del haitia no Jacques Roumain: "Africa he conservado tu recuerdo Africa/tú estás en , mí/como la astilla en la herida/como un fetiche tutelar en el centro de la aldea/ (...) Sin embargo/sólo quiero ser de vuestra raza/obreros campesinos de todos los países." Con ese espíritu, batalladoramente fraternal, el hombre (en las Antillas, en el orbe) se encamina hacia su unidad sin desmedro de su multiplicidad, que preferimos llamar su riqueza, la cual se expresará en los más diversos colores, ritmos, músicas, sueños. Un hábito holgazán llama "blanco" lo mismo al nórdico de tez y pelo pajizos y ojo traslúcido que al mediterráneo oliváceo de pelo endrino y ojo oscuro. En un estadio superior, hasta el mismo nombre de "raza" será olvidado, o devuelto a su simple origen zoológico, y en cualquier parte del planeta repetiremos como la cosa más natural la hoy sorprendente sentencia martiana "Patria es humanidad".

Roberto Fernàndez Retamar

Poeta y ensayista cubano, es profesor de la Universidad de La Habana y director de la revista Casa de las Americas. Antologías de su poesía se han publicado en francés, ruso, italiano, inglés y serbo-croata. Su ensayo Callban. Apuntes sobre la cultura en nuestra América ha sido traducido al francés, inglés, italiano, portugués y húngaro. En Poesía reunida y A quien pueda interesar ha recogido sus poemas desde 1943 hasta 1970. Entre sus otros libros cabe citar Ensayo de otro mundo (La Habana, 1967) y Lectura de Martí (México, 1972). Sobre el tema del artículo que aquí publicamos ha aparecido un ensayo mucho más extenso en Casa de las Americas.