
Forjar hoy la tierra del mañana
Entre los reportajes sobre el tsunami del 26 de diciembre en el Océano Índico y sus trágicas consecuencias, figuran dos anécdotas fuera de lo común que muestran la importancia de la educación para el desarrollo sostenible. Una niñita inglesa, que estaba de vacaciones con su familia en una playa de Tailandia, comprendió el fenómeno natural que se estaba produciendo gracias a lo aprendido en la escuela. Así pudo dar la alarma y decir qué convenía hacer para ponerse a salvo.
Los moken de las islas Surin –un pueblo que desde tiempos inmemoriales ha integrado en su modo de vida la escucha de las señales transmitidas por la naturaleza– también comprendieron qué estaba pasando y pudieron escapar al azote de la ola gigantesca. La enseñanza recibida en la escuela y el saber ancestral de una cultura demostraron ser medios –limitados, pero eficaces– para hacer frente al tsunami. Cuando la fuerza de la educación y la solidez de una cultura se combinan con el rigor de la observación científica del océano, la eficacia de la organización social de sistemas de alerta y el poder de difusión de los medios de comunicación es posible forjar conductas individuales y colectivas de prevención de los riesgos naturales, tal como se ha logrado en Chile y Japón. Para la UNESCO, la creación de un sistema mundial de alerta contra los tsunamis debe descansar en la combinación de esos cinco factores.
La actualidad impone que en este número del nuevo Correo, dedicado a la educación para el desarrollo sostenible, evoquemos algunos aspectos de la catástrofe de diciembre de 2004 resaltando su importancia. El gran eco de este desastre en todas las partes del mundo no sólo se debe a que el mortífero maremoto azotó a muchos países ribereños del Océano Índico, sino también a que había un gran número de turistas en ellos. Por eso, la emoción y el sentimiento de solidaridad se extendieron por todo el planeta. La implacable luz cegadora de esta tragedia hizo patentes los nexos, a menudo invisibles, que unen a todos los ciudadanos del mundo. Este desastre debe contemplarse también en el contexto de la advertencia formulada por los expertos de las Naciones Unidas en el “Informe de Síntesis de la Evaluación del los Ecosistemas del Milenio”, publicado el 30 de marzo.
El tiempo apremia. Si no modificamos nuestro modo de vida, corremos el riesgo de ser engullidos por una sucesión de olas gigantescas o ser víctimas del aceleramiento incontrolable de los sistemas que la humanidad ha creado con pertinaz obstinación a lo largo del siglo pasado.
Los representantes de todos los Estados del mundo asignaron a las Naciones Unidas la misión de proclamar el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005- 2014), confiando a la UNESCO la tarea de coordinar sus actividades. Para lograr que se puedan afrontar situaciones de emergencia y modificar la conducta de las personas, es obvio que un decenio de sensibilización no está de más. Esta proclamación simbólica es ante todo una manera de atraer la atención de un vasto público, porque los escasos recursos dedicados a promover los objetivos del Decenio no influirán decisivamente en el rumbo del futuro. No obstante, si cada persona cobra conciencia de la importancia de sus actos cotidianos y si se combinan las fuerzas dinámicas de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación –ámbitos del mandato de la UNESCO–, cabe vislumbrar una posibilidad de que se alcancen los Objetivos de desarrollo del Milenio fijados para 2015.
Vincent Defourny, Jefe de redacción
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