
El Nuevo rostro de la pobreza
Huracanes económicos, catástrofes naturales, tempestades políticas sumieron en la pobreza a decenas de millones de personas en los años noventa. Paralelamente, en muchos países gran parte de la población sigue sin vislumbrar ninguna solución para salir de la miseria. Pero se ha producido un vuelco: la lucha contra la pobreza ya no se enfoca del mismo modo. Para eliminarla no basta con remitirse únicamente al mercado, al Estado o a la acción de los propios pobres. Hay que unir esas tres fuerzas en un ataque concertado. En resumen, se impone un New Deal para ayudar a los pobres del planeta. ¿Es suficiente? En estas páginas examinamos los problemas y las perspectivas de esta triple ofensiva.
John Kohut, con Mirel Bran en Bucarest,Andreas Harsono en Yakarta,Christian Lionet en Puerto Príncipe y Valentin Simeon Zinga en Yaundé.
En un complejo de viviendas obreras del oeste de Bucarest que ha conocido tiempos mejores, Liliana prepara un estofado para la cena.“Pero sin carne. La carne sería un lujo”, afirma esta profesora de secundaria. Antes pertenecía a la clase media. Hoy, a los 41 años, estima que se ha incorporado al grupo de los “nuevos pobres” rumanos, que aparecieron a raíz del derrumbe del Estado en el antiguo bloque del Este.
En el otro extremo del planeta, en Yakarta, donde coches de lujo, marcas prestigiosas y ambiciones desenfrenadas simbolizaban hasta no hace mucho el boom del crecimiento, la reciente crisis financiera ha deprimido la economía de la noche a la mañana, sumiendo en la pobreza a sectores completos de la sociedad indonesia. En el corazón de un condominio para clases medias en Bumi Serpong Damai, por ejemplo, hay niños que escarban en la basura para recuperar botellas usadas y diarios viejos. Los adultos suelen emplear medios más radicales. “Caen fácilmente en el robo”, confía un vigilante de la residencia.
En ese mismo momento, en el sudoeste de Haití, en el pueblo de pescadores de Cabique a orillas del mar de las Antillas, una comunidad entera se hunde cada día más en la indigencia. Con la deforestación, las lluvias torrenciales barren los suelos y acarrean al mar toneladas de aluviones que asfixian a los corales donde los peces vienen a alimentarse. Resultado: los peces —fuente de subsistencia del pueblo— se alejan del lugar para buscar el sustento en otra parte. “Hace diez años que no hago nada, absolutamente nada, porque aquí no hay nada que hacer”, declara Víctor, 35 años, ex militar. Padre de tres niños, vegeta trabajando esporádicamente en las cosechas de los alrededores.
En otras latitudes, millones de personas están atrapadas en el círculo vicioso de una pobreza que se perpetúa indefinidamente, de generación en generación. En la aldea de Mimetala, a 30 km de Yaundé, capital de Camerún, Marie Biloa, de 80 años, es incapaz de trabajar desde hace quince años, fecha de su accidente de auto. Una compañía de seguros privada le pagó una indemnización pero su yerno huyó con el dinero. Desde entonces, carece de medios de subsistencia y el Estado no ofrece ningún tipo de ayuda a las personas de edad. Marie Biloa sueña con reanudar su antigua actividad —vendía comidas preparadas en la calle— pero no dispone de los 18 dólares necesarios para echar a andar el negocio. A su hija la abandonó el marido. Su nieto de 20 años está enfermo, sin que se sepa qué tiene, pues la familia no puede darse el lujo de llevarlo al hospital para que se someta a los exámenes indispensables. Marie Biloa se ha visto reducida a vivir de la caridad de los habitantes de la aldea.
La pobreza es como una enfermedad que se cura momentáneamente para reaparecer con renovados bríos. En los últimos diez años, ha resurgido allí donde se la creía vencida. Los ejemplos rumano, indonesio y haitiano muestran que las causas profundas del fenómeno son múltiples. Van del vacío político que sigue a la caída de un régimen autoritario al derrumbe de los mercados financieros considerados hasta ayer como el remedio más seguro contra la pobreza, pasando por las catástrofes naturales y una gestión inadecuada del medio ambiente. Esos factores tienen un impacto extraordinario. En el sudeste asiático decenas de millones de personas se sumaron al contingente de los pobres del planeta en un lapso de apenas dos años. En la ex Unión Soviética y en Europa del Este, 170 millones de personas corrieron la misma suerte en el curso de un decenio. Y para gran parte de la humanidad la pobreza se perpetúa desde hace lustros, sin ninguna esperanza de que mejore su destino.
¿Cómo hacerla retroceder? En los años ochenta se creyó que el mercado cumpliría una función de benefactor de los pobres. Bautizada “consenso de Washington” , la teoría invocada por los organismos multilaterales de crédito con sede en la capital estadounidense veía los “efectos” del crecimiento económico de la siguiente manera. Si se lograba que los mercados funcionaran bien, las economías prosperarían y la riqueza terminaría por “repercutir” en los más pobres. Esa era la teoría,pero el mercado no cumplió sus promesas.
En su análisis sobre la pobreza (p.20), Rubens Ricupero, Secretario General de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), alude a la aparición de un nuevo consenso en materia de lucha contra la pobreza. Nadie pretende poseer un remedio milagroso, pero todo el mundo admite, al parecer, que es vital actuar simultáneamente en varios niveles: el mercado, el Estado y los propios pobres deben trabajar unidos para encontrar soluciones.
La primera partede este dossier, que trata del mercado, muestra que las corrientes comerciales y financieras siguen considerándose elementos esenciales en el combate contra la pobreza, pero que no son una panacea. La crisis financiera en el sudeste asiático (p.23) probó que el hecho de estimar que el crecimiento es la única forma de salir de la pobreza puede tener efectos perniciosos: no se pensó en instaurar un sistema de protección social capaz de ayudar a los pobres en caso de recesión.
A partir de los ejemplos de Túnez,de Estados Unidos y del antiguo bloque soviético, la segunda p a rte muestra cómo el Estado puede contribuir eficazmente a la lucha contra la pobreza y por qué a veces ha sido incapaz de resolver el problema. De ello se deduce que al Estado le cabe un papel decisivo, pero que debe saber cuándo intervenir y en qué momento mantenerse al margen.
Por último, en estos últimos años, los expertos, los políticos y las ONG han llegado a entender que los pobres tenían sus propias recetas y sus propias competencias para superar la pobreza. Apoyarse en las aptitudes y los valores culturales de éstos ha resultado mucho más importante de lo que se pensaba. Pero, como se desprende de los análisis que presentamos, las particularidades culturales locales pueden también constituir obstáculos al mejoramiento del destino de los pobres.