Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Nuestra selección

¿Para qué sirve ir a la Luna?

astronaute.jpg

© NASA

Todo progreso importante que se registrara en la observación del cielo por el hombre ha sido hasta ahora seguido por algún gran paso adelante de la civilización. Una y otra vez los descubrimientos astronómicos han influido en el curso de la historia.

por Gene Gregory 

Mientras dos naves espaciales - el Apolo 11 y el Apolo 12 - se dirigían hacia su cita con la Luna, a una velocidad increíble, en julio y noviembre del pasado año, la más ambiciosa de las empresas a que se ha lanzado el hombre era en la Tierra centro de un debate vivaz y a veces enconado sobre el valor, sobre el verdadero significado de esa exploración del espacio.

Habían pasado casi doce años desde que la Union Soviética iniciara lo que se llamó luego la "era espacial" al poner en órbita su Sputnik en torno a la Tierra el 4 de octubre de 1957. Los Estados Unidos de América habían gastado en programas destinados a repetir y superar la hazaña la suma de 44.000 millones de dólares, de los que más de la mitad 24.000 millones los había consumido solamente el "programa Apolo". Para una sola empresa de carácter científico nunca se habían reunido en el mundo tantos especialistas: fueron cientos de miles los científicos y técnicos de alta categoría que se esforzaron juntos por llevarla a cabo.

Así y todo, se seguía repitiendo la misma pregunta: "¿Hay verdadera necesidad de hacer este viaje a la Luna?" ¿Qué significaba el aterrizaje en nuestro satélite: una acrobacia sin sentido, aunque espléndidamente ejecutada, o una demostración fantástica, asombrosa, de las capacidades del hombre? Esos miles de millones gastados en empresas espaciales ¿no sería mejor destinarlos a resolver problemas urgentes aquí, en nuestro planeta? Para todos cuantos seguimos encadenados a la Tierra, ¿qué pueden representar en suma todas esas correrías por el espacio?

La preocupación de tantos espíritus escépticos y serios para los que el alunizaje simbolizaba el gran abismo existente entre técnica y moral, quedó claramente expresada por el distinguido historiador británico Arnold J. Toynbee cuando afirmó: "En cierto sentido, ir a la Luna es lo mismo que construir las pirámides o el palacio de Luis XIV en Versalles. Cuando a tanto ser humano le faltan las cosas más indispensables, hacer algo así resulta escandaloso. Si tenemos inteligencia suficiente para llegar a la Luna, ¿por qué manejamos tan insensatamente las cuestiones de la Tierra?"

Pero existen otros puntos de vista. Así, hay quienes sostienen que tenemos dinero suficiente para ir a la Luna y, al mismo tiempo, para llevar a cabo nuestras tareas terrestres. Y hay quienes van aun más lejos y señalan que, al obligar al hombre a adoptar nuevas ¡deas y actitudes y crear las técnicas y estructuras nuevas necesarias para realizar empresas de ese calibre, la conquista del espacio ha hecho mucho por prepararlo para una ofensiva general contra todos los problemas sociales y materiales que le quedan por resolver en la Tierra.

El Director del Observatorio británico de Jodrell Bank, Sir Bernard Lovell, ha dicho: "Si se examinan los milenios que llevamos de civilización, se verá que sólo son aquellas colectividades preparadas para luchar con problemas casi insolubles hasta el límite de su capacidad técnica las que han hecho adelantar al mundo. El Imperio Romano entró en decadencia desde que dejó de ser progresista en este sentido, y hay otros varios ejemplos. Hasta cierto punto, cabe ver un comienzo del mismo proceso en el actual Reino Unido, pero afortunadamente no en los Estados Unidos de América, y ciertamente tampoco en la Unión Soviética."

Cuando, hace casi cinco siglos, Isabel la Católica vendió sus joyas con objeto de lograr los recursos necesarios para que Colón se lanzara a la búsqueda de una nueva ruta hacia las Indias, la reina hubo de hacer frente a un problema parecido. Quizá la movieron, sobre todo, la gloria y la riqueza que esperaba ofrecer a su país con ese gesto; pero los grandes resultados de la aventura no se midieron en las especias y el oro que ésta aportó a las arcas del reino, ni tampoco en las vastas adquisiciones territoriales que valieron a España el dominio sobre el primer imperio global de la Tierra.

Las exploraciones colombinas y esto es lo verdaderamente importante señalaron el comienzo de un nuevo ciclo de capital importancia para el progreso del mundo, robusteciendo el señorío del hombre sobre el mar y reuniendo a toda la raza humana en una sola colectividad, por poco feliz que fuera la forma de hacerlo.

Al embarcarnos en esta aventura contemporánea que nos lleva al espacio desconocido, no es exagerado pensar que quizá nos esperen experiencias parecidas. Y ello no tanto porque el espacio ultraterrestre ofrezca una nueva dimensión a unos recursos potencialmente nuevos, ni tampoco porque se haya vuelto de pronto mucho más real la posibilidad de descubrir la vida en otros planetas: lo que confiere al fenómeno tamaña importancia es la gran acumulación de unas nuevas técnicas y de una nueva tecnología que han surgido gracias a esta primera década de exploración espacial.

No es de extrañar que, dada la calidad espectacular del alunizaje, la atención del mundo tendiera a fijarse en los aspectos heroicos de la hazaña. En cierto modo, el hecho de que los viajes de Apolo 11 y de Apolo 12 aparecieran en millones de aparatos de televisión de todo el mundo les confirió un carácter de acontecimiento deportivo. La atención se centró en los astronautas, campeones de una nueva olimpiada interplanetaria, y en el funcionamiento impecable, perfecto, de la nave espacial. Pero, de este modo, el significado real de la exploración del espacio quedó en la sombra, Si la experiencia de los tres o cuatro últimos milenios sirve de algo, esa experiencia nos indica que, al librarse del confinamiento al que desde hace miles de años le sometían la gravedad y la atmósfera terrestre, el hombre ha añadido una vasta dimensión nueva al medio que le rodea y también a su propio carácter como ser viviente. Al ampliar sus horizontes, ha alterado su verdadero ser y ello en un sentido cualitativo cambiando radicalmente su relación con el resto de la Naturaleza, cosa que a su vez presagia cambios drásticos en todas las esferas de la actividad humana.

Todo progreso importante que se registrara en la observación del cielo por el hombre ha ¡do hasta ahora seguido por algún gran paso adelante de la civilización. Una y otra vez los descubrimientos astronómicos han influido en el curso de la historia.

Las repercusiones de la exploración del espacio - la más trascendental de todas las aventuras astronómicas del hombre - prometen ahora introducirnos en una etapa nueva de la civilización, etapa cuyos rasgos generales no están todavía definidos, entre otras razones porque esa exploración no ha hecho más que empezar. Las potencialidades que el Universo ofrece a la humanidad nos son tan completamente desconocidas como las que presentaba el Nuevo Mundo al regresar Colón a España.

De este potencial ha hablado Margaret Mead en los siguientes términos: "Desde el momento en que nos planteamos la cuestión de que se pueda vivir en otro suelo distinto del de nuestra Tierra, de que en otros lugares exista la posibilidad de fuddar colonias, o de que pueda haber otros seres vivos en alguna otra parte, toda la posición del hombre en el Universo cambia. Todo cambia, en efecto. Y ello entraña una reducción considerable de la arrogancia del hombre y una tremenda magnificación de las posibilidades humanas".

Así como la era de la exploración terrestre transformó completamente la matriz, el molde político de todo el globo, la era del espacio habrá de cambiar también radicalmente la actual constelación política y las instituciones de nuestro planeta. Mal puede esp rarse que el Estado-nación, que en la última mitad de este siglo se adapta ya difícilmente a las necesidades del hombre, pueda servir con eficacia las metas de éste en el espacio.

El viaje a Marte, varias veces postergado y anunciado de nuevo, previsto ¡nicialmente para el decenio de 1970-1980, resultará probablemente una aventura demasiado cara para que los Estados Unidos de América o la Unión Soviética la emprendan solos y por su cuenta. Pero, si los dos países combinan sus fuerzas en esa empresa o en otras que se presenten en la conquista del espacio, les será posible cooperar en todo aquello en que intervengan poco los prejuicios y los intereses en pugna. En una época de problemas globales como la nuestra, la necesidad de cooperar en el espacio como seres humanos con intereses predominantemente comunes no puede menos de tener un efecto retroactivo en la Tierra. Siempre y cuando la exploración del espacio se convierta en algo más que una actividad marginal, la prioridad que se le conceda no dejará de imprimir nuevo impulso a las empresas que con carácter internacional se inicien conjuntamente en ese medio.

La COMSAT (Communication Satellite Corporation) y la INTELSAT (organización internacional de comunicaciones espaciales que cuenta con 70 países miembros) han creado ya una pauta para los servicios públicos internacionales en materia de comunicaciones espaciales. Los cohetes norteamericanos y soviéticos están lanzando al espacio satélites europeos, australianos y japoneses. Y unas 40 estaciones seguidoras, que funcionan en todo el globo gracias a la cooperación internacional, participaron en la realización del proyecto Apolo.

Pero, aunque nadie sepa adonde podrá llevarnos a la larga esta nueva aventura del espacio, qué nuevos mundos pueden descubrirse gracias a ella, qué nuevos horizontes pueden abrirse cuando el hombre colonice la Luna o algún planeta, o qué ventajas presentará la fabricación industrial de instrumentos y equipo en el vacío del espacio ultraterrestre, el primer decenio de la Era Espacial nos ha dado ya una idea, un regusto anticipado de lo que el futuro nos deparará.

Desde 1967 no hay prácticamente ningún habitante de la Tierra que, directa o indirectamente, no se haya visto afectado por los resultados de la exploración del espacio. Liberados de las fuerzas que nos han mantenido sujetos a la Tierra en el curso de la historia, disponemos ahora de capa cidades, tanto intelectuales como materiales, immensamente mayores que nunca antes. Estas capacidades nuevas ofrecen oportunidades ilimitadas al perfeccionamiento de las facultades del hombre y a la satisfacción de sus necesidades.

Hay ya toda una galaxia de satélites de la Tierra que está prestando a ésta toda una serie de servicios gracias a los cuales se han logrado importantes mejoras en las esferas de las comunicaciones, de la meteorología, de la geología y la geodesia, de la navegación y la oceanografía. Esos instrumentos están a la disposición no solamente de los países muy industrializados que los han creado, sino también de todos los países del globo, para los cuales han representado beneficios inmediatos, ofreciendo especialmente a los que están en vías de desarrollo enormes posibilidades nuevas de un progreso social y económico mucho más rápido.

Las novedades técnicas productos, materiales, procesos de fabricación o transformación, procedimientos y modos de control, y nuevos "standards" surgidos de las exigencias de la exploración espacial pasan ahora de esta función inicial a otras en la industria, el comercio, la instrucción y la salud pública, sustituyendo productos o prácticas corrientes por otros que habrán de satisfacer más amplía y completamente la gran variedad de apetitos y necesidades del hombre.

Más importante todavía es que se hayan creado técnicas y estructuras de gran eficacia para hacer «forzosa» esta transferencia de la nueva tecnología. La industria privada, las universidades y los gobiernos tienen ahora a su disposición grandes cantidades de datos y conocimientos, tratados automáticamente gracias a las calculadoras electrónicas y relativos prácticamente a todas las ramas de las ciencias físicias y sociales, la tecnología y las humanidades.

Pero hay un último aspecto de la Revolución Espacial que resulta todavía más importante. Me refiero a las técnicas necesarias para dirigir grandes proyectos realizados por miles de mentes en una combinación sinérgica y estrechamente trabada de gobiernos, universidades e industrias privadas. Consideradas en conjunto, estas técnicas son, potencialmente, el arma más poderosa de dirección y gestión de que haya podido disponer el hombre en toda su historia.

Gene Gregory

El ingeniero estadounidense Gene Gregory es también un escritor especializado en cuestiones económicas y tecnológicas.