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Artes de América Latina

Hacer, dentro de los límites de nuestra revista, una presentación general del arte floreciente de América Latina representaba un verdadero desafío. Por ejemplo, se imponía la necesidad de llevar a cabo una selección y esto en una esfera en la que cualquier opción resulta forzosamente arbitraria. Nos hemos resuelto a ello de todos modos, conscientes de la unidad subterránea en torno a la cual se estructura la creación artística del continente.

En tal tarea nos fue fácil advertir en primer lugar la presencia evidente de los pueblos amerindios: ese sentido de la verticalidad, tan patente cuando se desciende por el camino zigzagueante que conduce a Chavín, en el Perú, desde donde se contempla el paisaje de pie frente a uno; esa propensión a culminar en la altura, propia de los mayas, los aztecas y los incas y que desdeñando las fecundas astucias de la perspectiva opta por lo plano y por la desmesura de las formas; finalmente, ese enroscamiento de las figuras geométricas y de los colores crudos, herencia de las cerámicas precolombinas y de las piedras grabadas de los templos. Todo ello vuelve a encontrarse por igual en el constructivismo rioplatense, en el muralismo mexicano, en Gamarra y en Botero, y se exaspera en las estructuras cinéticas de un Soto o de un Cruz-Diez.

En esa raíz indígena vinieron a injertarse elementos determinantes provenientes de la Europa occidental: la representación y la frecuentación popular de la muerte; los convencionalismos exacerbados del barroco colonial, una de cuyas manifestaciones más importantes en el terreno de la arquitectura es la Habana Vieja (lea nuestro artículo en línea) y cuyas obras maestras plásticas parecen encontrar un eco lejano en el abarrotamiento de los cuadros de Seguí; las audacias arquitectónicas de las ciudades contemporáneas, particularmente Brasilia; las invenciones gráficas del arte moderno que Matta lleva tan lejos... En todas estas esferas los artistas latinoamericanos dejaron pronto de sufrir las influencias exteriores para llegar a ser maestros de la creación, fieles al genio de sus pueblos.

No debe pues extrañar que el arte popular, artesanía o pintura, sea tan importante en esa parte del continente americano. Arte de los barrios o arte rural, arte indio o mestizo por excelencia, ha estado también sujeto muy a menudo a la influencia africana. Pero las manifestaciones más patentes de esta influencia se advierten no sólo en la pintura "natural" de la que Haití y Brasil dan ejemplos convincentes, sino también en las obras sobremanera elaboradas de un Lam o de un Cárdenas. Y es que el arte de las Americas Latinas es inseparable de un proceso fundamental: la mezcla de culturas y el dinamismo de éstas, renovado a partir de tal mestizaje.

Finalmente, lamentamos no haber podido, por falta de espacio, insertar esta presentación panorámica del arte latinoamericano, como habría sido nuestro deseo, en el contexto de la vida cotidiana de los pueblos a los que pertenece. Y, particularmente, no haber podido citar a tantos artistas jóvenes o todavía poco conocidos fuera de sus países que aseguran hoy día la continuidad y la fecundidad casi inagotable de esa creación.

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Julio de 1984

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