
Alfabeto en la arena: los refugiados árabes aprenden en las escuelas del desierto
Nuestro siglo se ha acostumbrado a las migraciones, expulsiones y concentraciones de pueblos enteros. Esos éxodos ocupan durante algunas semanas la atención pública en el primer plano de las noticias de actualidad y luego, poco a poco, los "refugiados" o las "personas sin hogar", los "fugitivos" o los "desterrados", se hunden en el olvido.
En el Oriente Medio hay cerca de un millón de refugiados de Palestina. No se hallan agrupados en un solo sitio ; no se han asentado sobre tierras señaladas con anticipación para recomenzar su vida o volver a crear una patria: Están dispersos en centenares de campamentos improvisados antiguos centros militares, cuarteles abandonados, "aldeas de tela", aduares formados de tarros de lata y cajas de madera unos en los arrabales de las ciudades como en el Líbano y en Siria, otros en medio de los campos como en el Reino Hachemita de Jordania, o en la región de Gaza administrada por el Egipto.
Pero, ese pueblo desterrado no se encuentra totalmente en el abandono. Los Estados árabes y la Organización de las Naciones Unidas no cesan de proporcionarle desde 1948 los socorros que le permiten subsitir. Novecientos mil hombres, mujeres y niños deben no sólo proseguir su vida sino también encontrar un móvil o una razón de existir y no únicamente vegetar. Para los refugiados, en el destierro de sus campamentos, la esperanza equivale a la salud, y por eso han puesto su deslino en las manos de los niños que encarnan la esperanza.
Desde el primer momento, se pensó en los niños que corrían el riesgo de crecer en medio de una población de adultos desorientados y sin trabajo, muchos de ellos con la mente embargada en el pasado. Esos niños parecían condenados a no ver otros horizontes que los del campamento y a no cultivar otras imágenes que los recuerdos dolorosos conservados por sus padres y que llegaban a deformarse en su mente con frecuencia, como en el caso de aquella niña de un campamento de Gaza que decía conocer la ciudad de Jafa, de la que había oído hablar mucho: "Es una hermosa dama afirmaba muy grande y muy bien vestida."
Entonces, se les proporcionó escuelas: algunas decenas al comienzo, en pleno sol; luego, bajo tiendas de campaña, sin escritorios, lápices ni pizarrones, y después cada vez mejor equipadas. Hoy, se pueden contar 300 escuelas Unesco OOPSRP con más de 100.000 alumnos, entre niños y niñas, mientras se conceden becas a otros 60.000 niños que asisten a las escuelas privadas y oficiales. La Conferencia General de la Unesco, en diciembre, y el Consejo Ejecutivo de la misma Organización, en marzo, votaron una suma total de 170.000 dólares para el bienio 1955-1956 como ayuda a las escuelas para los refugiados árabes.
Todos los niños aprenden en la escuela el Corán al mismo tiempo que la lectura, la escritura y la aritmética. Igualmente aprenden la historia y la geografía la historia del mundo que puede explicar su suerte, pero que no les condena a resignarse a ella, y la descripción de otros lugares, otros climas, otras costumbres, otras naciones que el progreso aproxima unas de otras, de día en día, a pesar de las fronteras. Finalmente, los niños aprenden oficios manuales, es decir preparan su independencia. Los cursos, escalonados de tres meses a dos años, abren las perspectivas más variadas: mecánica, imprenta, encuademación, reparación de automóviles, tejido, carpintería, zapatería, ingeniería eléctrica, fotografía, artes domésticas, etc.
Los campamentos, poco a poco, toman el aspecto de verdaderas aldeas cuyo centro es la escuela. Los refugiados han tenido el buen a cuerdo de rodearla de flores y huertas de legumbres. Los hombres concurren a ella al atardecer, no solamente para aprender a leer y escribir pues entre ellos los analfabetos se encuentran todavía en gran número sino también para celebrar reuniones y debates, organizados por el Concejo municipal o por el círculo de estudios.
Así, los refugiados árabes mejoran su condición social y económica mediante la educación y tienen plena conciencia de que en las escuelas forjan su porvenir. Su testimonio será más convincente que cualquier otra prueba, por la incertidumbre misma del futuro de ese pueblo desterrado: Si todos los hombres desean escoger su destino o gobernarlo a su guisa, deben comenzar por la educación que es el primer paso hacia la libertad.