
Cuarenta años después: conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial
Gran virtud de los aniversarios es que, por paradoja, constituyan ocasiones intemporales en que el presente, el pasado y el futuro escapan brevemente de la tiranía del calendario y del reloj para recordarnos su esencial unidad. Al volver nuestra mirada al pasado contemplamos las raíces del presente; y al mirar hacia el futuro advertimos los vagos perfiles de cierto número de futuros posibles entre los cuales elegimos en función de nuestras acciones presentes
En este número de El Correo de la Unesco, que conmemora el 40° aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, queremos recordar con dolor el heroísmo y el sufrimiento de los cincuenta millones de seres humanos de todos los países que en ella perecieron. Pero nuestro propósito es sobre todo poner de relieve los terribles estragos culturales originados por un conflicto en el que los primeros en ser atacados fueron los valores espirituales.
En segundo lugar, es nuestra intención hacer hincapié en el sombrío futuro que, según la opinión unánime de varios científicos soviéticos y norteamericanos, estamos preparándole al mundo. Afirman esos expertos, apoyándose en la frialdad de las datos científicos, que si llegara a estallar la guerra nuclear, el mundo se hundiría en las tinieblas del "invierno nuclear" y toda posibilidad de futuro se desvanecería para la especie humana.
Hoy día está perfectamente claro que el valor físico y moral gracias al cual pudo impedirse, hace cuarenta años, que el mundo retrocediera hacia la más negra barbarie ya no es suficiente. Como declara el Preámbulo de la Constitución de la Unesco, "es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz".
De todos modos, era obligado que rememoráramos aquí el sacrificio de millones de hombres, mujeres y niños de tantos países hace cuatro decenios. La limitación de nuestras treinta y seis páginas nos impedía manifiestamente ofrecer una visión completa de ese sacrificio multitudinario, cosa que no nos hemos propuesto. Pero al evocar un solo hecho de armas colectivo, un simple acto individual de coraje y de resistencia, un único ejemplo de espíritu capaz de soportar los peores horrores que el hombre puede infligir al hombre, rendimos homenaje a todas las víctimas sacrificadas en aras de la agresión y de la guerra.
Su mayor victoria es infudirnos esperanza. Esos hombres, mujeres y niños abrieron el camino al nacimiento de nuevas naciones y contribuyeron a preservar el patrimonio cultural que ha hecho posibles nuevas conquistas del espíritu humano.
Edouard Glissant, Jefe de redacción