
La Violencia
La violencia hoy en día parece acecharnos por doquier. ¿Es más frecuente que en el pasado? ¿O adopta, lisa y llanamente, formas más ostensibles, más evidentes? Cuando no nos topamos cara a cara con ella, recibimos ecos de su presencia; cuando está ausente de nuestros hogares, nos amenaza en el metro o en el avión; irrumpe en todas nuestras pantallas colectiva o individual , en los boletines diarios de información, así como en las obras de ficción más intimistas.
Algo hay, en el terrible crepúsculo de nuestro siglo, que parece engendrar la vio¬ lencia como los nubarrones traen la tormenta. Con el derrumbe del comunismo europeo, han quedado rotos todos los equilibrios que descansaban en la bipolaridad Este-Oeste. Pero junto con el formidable viento de libertad que ha empezado a soplar en el mundo, se ha difundido el miedo, un miedo cerval a lo nuevo, lo desconocido, lo imprevisible.
Todo se tambalea, en efecto, todo se torna posible, todo está por reinventar. Pero no todo el mundo tiene, de inmediato, los medios de participar en este renacimiento. Son demasiado grandes las disparidades entre los que pueden contribuir activamente al cambio y los que sólo han de sufrir pasivamente sus secuelas. Los desfavorecidos son mucho más numerosos que los privilegiados, los poderosos infinitamente más fuertes que los débiles; individuos, minorías, naciones, al enfrentar demasiados retos a la vez, tienden a replegarse en sí mismos, a rechazar a la vez al otro y el cambio. Tiranteces, tensiones, conflictos parecen aflorar así en cada recodo de nuestra vida personal y de nuestra aventura común.
La violencia, entonces, no está lejos. Puesto que su origen se pierde en la noche de los tiempos y que está tan profundamente arraigada en nuestro inconsciente, ¿cómo no iba a encontrar, en el desasosiego imperante, cada vez más ocasiones de manifestarse, en las que nuevos pretextos se suman a razones más inmemoriales?
Ahora bien, ¿de dónde viene esta violencia? ¿Tiene realmente causas biológicas? Tesis que algunos sabios, y de los más destacados, han estimado conveniente sos¬ tener, y que un coloquio, realizado en Sevilla en 1986, rechazó enérgicamente. ¿Es posible encontrarle fundamentos socioeconómicos? ¿Responde a la insoluble contradicción entre el ser individual y el ser social del hombre? ¿Cómo, de latente, se torna explosiva? ¿Es posible afirmar que los medios de información sólo la difunden, o estimar que además la exaltan y la agravan?
Tales son algunos de los interrogantes que nos hemos planteado aquí. Pero con la preocupación constante de saber si es posible replicar a la violencia de otro modo que con la violencia, y cómo hacerlo. Algunas respuestas se encuentran en la ética, la política, el arte. Presuponen el imperativo del respeto de la persona humana, de sus libertades y de sus derechos; el cumplimiento de una acción política que favorezca la negociación y no la represión; y una cooperación que en todas partes abogue por la justicia y la solidaridad...
Improba tarea, siempre inconclusa, y más urgente que nunca.