
Situaciones post-conflicto: reconstruir el porvenir
Media docena de vehículos de las Naciones Unidas están alineados y listos para trasladar a los pasajeros a Kabul, a 50 km. Comparto el viaje con varios recién llegados, entre ellos la nueva ministra de Asuntos de la Mujer en la administración que el presidente Hamid Karzai está a punto de nombra. Hace años que la ministra no regresa a Afganistán y su entusiasmo ante la nueva era que se inaugura en el país es contagioso. La emoción crece a medida que atravesamos un camino cubierto por restos de carcasas militares incendiadas o vadeamos lugares para cruzar el río debido a que los puentes quedaron inutilizados debido a los bombardeos sucesivos.
La luz mortecina de la tarde invernal hace que las calles de Kabul se vean tristes y desangeladas. Los ciclistas y los conductores de carros tirados por burros que serpentean los caminos, agotados por años de conflicto y condiciones de vida muy duras, escudriñan expectantes a los recién llegados.
En los próximos días, visitas a organismos e importantes autoridades gubernamentales nos narrarán historias que ponen al desnudo la situación actual. Un sistema educativo sumergido en el caos más profundo donde en los estantes polvorientos del edificio del Ministerio central se apilan junto a expedientes del personal los planes de estudios que parecen de los más irreales. Las escuelas están en ruinas. Las mujeres, que una vez constituyeron la médula de la enseñanza, durante años fueron excluidas de sus tareas y las muchachas tuvieron que conformarse con estudios precarios y clandestinos.
“Una nación permanece viva cuando su cultura está viva”, se lee en una orgullosa pancarta que pende en la entrada principal del Museo Nacional de Kabul. Este, que una vez fue el acervo de objetos y joyas de la rica cultura y civilización afganas ve ahora la mayor parte de sus tesoros pillados o destruidos en forma inmisericorde. En otra parte de la ciudad, donde se encuentra la Agencia Nacional de Noticias Bakhtar, los periodistas luchan con una decrépita teleimpresora para enviar y recibir sus despachos. Con una prensa privada que recién está emergiendo, el país se ve aún confrontado a un déficit informativo mayor.
Forjar naciones nuevas
La situación de Afganistán no es excepcional. Allá donde exista una guerra, haya disturbios importantes o se estén forjando nuevas naciones de las cenizas de un conflicto, los desafíos son similares: se lucha por una transición política que una a la sociedad, reconstruya la urdimbre cultural y aborde los problemas más graves: la pobreza más extrema, las privaciones sociales y la violación de los derechos humanos. Camboya vivió esa etapa a comienzos de los noventa, cuando volvió a emerger de los horrores de su pasado brutal, en tanto que TimorLeste, un decenio después, nació como Estado en medio del tumulto y la violencia. Europa contempló las profundidades abisales del dolor en la ex Yugoslavia y África fue testito del genocidio de Rwanda, en tanto que ahora presenciamos la agonía de Darfur.
Si bien la ayuda humanitaria internacional y las agencias de desarrollo no pueden resolver por sí solas problemas sociales y de infraestructuras que llevan años gestándose, su presencia inmediata en situaciones de post-conflicto puede ser crucial para ayudar a las autoridades locales y a la sociedad civil a establecer planes, definir objetivos y promover el avance de la democracia. Pero en situaciones en las que todo necesita renovarse, establecer prioridades es una tarea muy compleja. Las expectativas de un pueblo que ha sufrido mucho son elevadas, en tanto que los recursos humanos capacitados y el financiamento disponible a muy breve plazo suele ser limitado. Además, por lo general, las fracturas étnicas y políticas persisten, en tanto que los mecanismos para poner en marcha programas de desarrollo pueden ser inexistentes.
El papel de la comunidad internacional
Además, la “intervención” internacional tiene una problemática muy peculiar. La afluencia de extranjeros bien pagados puede afectar de manera hostil a las economías locales aumentando el precio de los productos básicos y de los servicios muy por encima del nivel que puede pagar la población local. Los organismos internacionales y las ONG contratan inevitablemente personal local que hallan entre la élite urbana instruida, lo que obviamente exacerba las divisiones entre unos y otros. Además, suelen atraer capacidades humanas restándoselas a las empresas locales. Si no se produce un cambio rápido y tangible que mejore las condiciones de vida de la gente a ojos vista, la tolerancia del ciudadano común a la presencia de la comunidad internacional puede agriarse y derivar rápidamente hacia el cinismo.
En suma, cada sociedad en postconflicto es responsable del planeamiento, la forma y la reconstrucción de su propio futuro. Pero no es menos cierto que la comunidad internacional espera que organizaciones como la UNESCO aporten su apoyo y experiencia al proceso de renovación. Para la UNESCO y para todos los demás organismos de ayuda al desarrollo, el margen de maniobra entre el momento en que deciden intervenir y el momento en que deben retirarse es tan ínfimo como el de un experto en desminado avanzando por un campo de minas afgano: cada paso adelante exige una reflexión muy cuidadosa. Aunque el peligro acecha por doquier, cada pequeño adelanto es el único camino posible hacia la reconstrucción de un país.
Martin Hadlow