
Las Islas: un mundo aparte
Inglaterra, el Japón, son islas-naciones; su poderío económico y la influencia que ejercen en el mundo son excepcionales. Pero no invaden nuestros sueños. La isla misteriosa, la isla del tesoro o la isla de Simbad nos hacen soñar hace tiempo. Pero no existen. Este número se interesa sobretodo por las islas verdaderas que son también islas de ensueño, por los mitos que han alimentado y por el juego de espejos que inauguran entre lo imaginario y lo real.
No sólo las islas hacen soñar. Hay también desiertos, montañas, crepúsculos que arrancan de la rutina cotidiana y permiten huir muy lejos de sí mismo. Pero los sueños que asociamos con ciertas islas poseen una cualidad específica, la de lo maravilloso. El Sahara nos invita a la meditación, pero nada tiene de prodigioso. La Isla de Pascua o la de Itaca, sí.
¿De dónde viene esa cualidad tan especialy difícil de aprehender? Tal vez de que uno puede vivir en una isla con la sensación de estar en un mundo aparte; del contraste entre la posibilidad de pasar allí toda la vida y la certidumbre de que esa existencia nunca será corriente. Es la conciencia de estar ahí y al mismo tiempo en otro sitio. De lo irreal en el seno mismo de lo real. De lo insólito permanente. La singularidad de una aventura de cada instante.
Jacques Lacarrière lo expresa muy bien: la esencia de ese desdoblamiento sería un viaje a lo más recóndito de sí, una larga búsqueda de lo que uno es a partir de lo que cree ser, una sinuosa odisea íntima que nos aleja de nosotros mismos para hacernos regresar por fin a nuestra última verdad.
¿La nostalgia de la isla maravillosa es una metáfora de la búsqueda de lo absoluto? He ahí una de las pistas que nos ofrece este número de diciembre. Como regalo de fin de año.