Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

El Mundo de los trogloditas

El 4 de noviembre, en Jerusalén, al salir de una reunión de masas en favor de la paz, el Primer Ministro de Israel es asesinado. El que acaba de matarlo es un integrista judío, quien declara inmediatamente que Dios ha armado su brazo para castigar a Isaac Rabin por haber aceptado compartir Palestina con los palestinos.

"El halcón con alas de paloma" figura entre las siete personalidades, galardonadas por la Unesco con el premio de fomento de la paz, de que hicimos ya una semblanza en nuestra revista. Siete hombres excepcionales que rompieron los tabúes tribales proclamando que el reconocimiento del Otro no es la negación del propio ser, sino más bien una plena realización de sí mismo. No se puede dejar de pensar en las grandes figuras - Lincoln, Gandhi - que, antes que Rabin, pagaron el precio de esa transgresión. Y se piensa también en las que podrían seguir después de Rabin. La amenaza gravita siempre sobre Peres, Arafat, Mandela...

El asesinato político, arma suprema del terrorismo, no es un fenómeno nuevo. Aparece sobre todo en momentos históricos clave, en que, tras largos periodos de violencia descalifi cadora del Otro, surge de repente una posibilidad de reconciliación. Ai que tiene la audacia de aprovecharla puede entonces ocurrirle que muchos de los suyos se opongan a él. Y que algunos dirijan su violencia contra él. Porque rompe con una verdad que para ellos es absoluta. El ha entendido que la guerra debía cesar, ellos siguen pensando que no acabará jamás. El empieza a creer que el Otro puede iiegar a ser un vecino, un interlocutor, un amigo. Ellos siguen viendo en el Otro al Enemigo eterno.

En el periodo en que vivimos - como destaca Jean Daniel en la entrevista que publicamos en este número se observan en todas partes sentimientos de rechazo de lo diferente, de repliegue exacerbado en identidades cerradas. Es el retorno al ius sanguinis.

Ahora que el proceso de globalización nos integra, de manera cada vez más orgánica, en un mismo mundo, en todas partes, frente a los que apuestan por la apertura y la conciliación, se alzan sin embargo los que sólo pueden concebir el hermetismo y la exclusión. Existe pues el riesgo, en esas condiciones, de que los asesinatos políticos se multipliquen.

Sería absurdo luchar contra esa amenaza sólo con las armas de la información y la represión. Para ir a la raíz del mal, hay que atacar lo que constituye el fundamento mismo de todo fanatismo - la certeza de poseer una verdad que está por encima de la de los demás, de identificarse con una entidad más válida que las demás, en especial cuando esa certeza lieva un sello supuestamente divino.

Hay que recordar, incansablemente, que lo único sagrado es la vida y la dignidad de la persona humana. Y que si cada pueblo posee intereses particulares, que tiene el deber de hacer respetar, no tiene derecho a oponerlos a los intereses, más generales, que comparte con la humanidad en su conjunto.

Todo ello está admirablemente enunciado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada, hace casi cincuenta años, por las Naciones Unidas. Todavía es tiempo de releerla.

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Diciembre de 1995

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