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El Patrimonio de la humanidad: la Unesco inventaría los bienes culturales y naturales

De antiguo le viene a la UNESCO la vocación de ocuparse de lo que hoy empieza a llamarse "patrimonio de la humanidad", es decir el conjunto de los bienes culturales y naturales que representan el legado del hombre en su ya larga singladura histórica y el marco físico en que ésta se ha desarrollado. Por citar sólo un ejemplo, el más conocido, la Campaña Internacional para Salvar los Monumentos de Nubia, lanzada en los años 60 por la Organización, permitió preservar para las generaciones futuras algunos de los más hermosos vestigios de ese pasado humano.

Ahora, y desde 1972, fecha en que fue adoptada la Convención, con su vasto proyecto de inventariar el Patrimonio Mundial Cultural y Natural la UNESCO se afana en dar un fundamento más, tangible y admirable, a lo que es su tarea última: asentar la universalidad de la especie humana, contribuyendo a elaborar la noción de la humanidad como sujeto directo de derechos sobre la totalidad de su patrimonio monumental y geográfico.

Dado su valor al mismo tiempo simbólico y práctico, El Correo de la UNESCO vuelve ahora a ocuparse de este vasto proyecto, tras el número que le dedicara hace justamente ocho años, en agosto de 1980. En este número hemos procurado dar una visión elaborada y sintética de los bienes del patrimonio enfocándolos a partir de varias categorías o grupos característicos. Por otro lado, ha sido empeño nuestro presentar al lector una muestra lo más universal y representativa posible, tarea a todas luces difícil dado el considerable número de bienes inscritos hasta ahora en la Lista del Patrimonio Mundial (288) y el de países representados (65). Asimismo, debe tenerse presente que aun hay países con un importante patrimonio cultural y natural que no han ratificado la Convención y que, por consiguiente, no pueden estar aquí incluidos.

Nos han guiado además dos criterios: no repetir aquí (salvo en dos casos) los sitios de que ya se ocupaba nuestro número de hace ocho años y dejar más bien de lado los bienes que gozan de muy amplia fama, orientando nuestra atención a aquellos que, siendo a menudo tan interesantes y bellos como los primeros, son en cambio mucho menos conocidos.

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Agosto de 1988