Después de Washington y la Casa Blanca en 2016, la sexta edición del Día Internacional del jazz convertirá el 30 de abril a La Habana en capital mundial de esta música sin fronteras. El pianista cubano Chucho Valdés, que será uno de los protagonistas del evento, nos cuenta sus expectativas ante la gran fiesta.
Entrevista con Chucho Valdés, por Lucía Iglesias Kuntz.
Usted participó el año pasado en el Día Internacional del Jazz, ¿cómo fue su experiencia?
Increíble. Fue la primera vez que yo entraba en la Casa Blanca, y eso en mi vida era algo impensable, imagínese. Fue maravilloso porque, además, los músicos de jazz somos como una familia internacional. Casi todos hemos compartido festivales en cualquiera de los continentes, pero aquello fue como una reunión familiar y musicalmente nos integramos muy bien unos con otros. Por ejemplo, yo toqué con un bajista norteamericano, un guitarrista africano, el trompetista era australiano, y el percusionista, indio. Una experiencia inolvidable, además estaba Chick Corea, Aretha Franklin, Herbie Hancock, Al Jarreau, Marcus Miller… todas las grandes estrellas de jazz de una forma que no se da siempre. Demostramos que el jazz está tan internacionalizado que músicos de diferentes latitudes se pueden encontrar y hacer música juntos. Fue muy especial, como un abrazo de familia celebrando la universalidad del jazz.
¿Va a participar este año en la celebración en La Habana, alguna expectativa particular?
Sí, me han invitado a la celebración en La Habana, y estoy superfeliz de volver a reunirme con músicos de todo el mundo. La expectativa es la que siempre se da en el jazz, que es que el fenómeno musical se produce en el momento. Se reúnen los músicos y deciden cuál es el tema sobre el que van a improvisar, nada más que eso. A partir de ahí cada uno expone su modo, su estilo. Nunca es igual: si se repite mil veces, mil veces el resultado será diferente. Es lo lindo que tiene el jazz, varía mucho y los espectadores también siempre tienen algo nuevo que decir. Todavía no sabemos qué vamos a tocar, y eso es lo bueno. Como siempre, la cosa es muy espontánea, porque la improvisación es lo que da la singularidad del jazz. Tocaremos en el teatro Alicia Alonso, que tiene muy buena acústica y un muy buen piano donado por la firma Steinway en octubre de 2015 al ministerio de Cultura cuando tocamos allí el gran pianista Lang Lang y yo con la Orquesta Filarmónica de Cuba. La sorpresa de lo que haremos esta vez es muy emocionante para todos nosotros. ¡Y para el público más!
Usted ha trabajado como Embajador de Buena Voluntad del Fondo de Naciones Unidas para la Alimentación, ¿qué le llevó a aceptar ese nombramiento?
Me pareció importante hacer mi aporte a la FAO, que actúa en cualquier sitio del mundo que sea necesario. Una de las cosas que pude hacer fue la música de un documental basado en el terremoto que devastó Haití en 2010. Escribí toda la música para el documental porque los fondos que se recogieron de la difusión de este trabajo se destinaron a la reconstrucción del país.
¿Cómo trabaja su música?
El jazz tiene, como dije, un elevado porcentaje de improvisación, pero también existen arreglos en los que la música está escrita. Es lo que se llama en cubano el ‘pie forzado’, el tema que te dan para que tú empieces a hacer tu trabajo improvisatorio. También se escriben armonías y algunos bloques que uno tiene que hacer, pero que dejan espacio para tu obra creativa. En el caso mío, yo he creado diariamente para establecer las bases rítmicas del experimento que siempre he hecho con las raíces afrocubanas del jazz: la mezcla con tambores yoruba, tambores batá, con la conga cubana… Esas polirritmias sí se ensayan muy bien para definir una línea rítmica sobre la cual se va a improvisar, o una línea melódica sobre la cual la fusión de metales o el mismo piano van a trabajar para darle motivo a la improvisación. En estos casos sí hay que ensayar, porque son unos arreglos que te dan una base escrita para que tú puedas leerlos y a partir de ahí puedas desarrollar tu improvisación.
¿Toca siempre con los mismos músicos?
Desde hace un tiempo estoy trabajando mucho con mi grupo, los Afro-Cuban Messengers. En otras oportunidades somos sólo pianos, otras veces trabajo con orquestas… es un trabajo diferente. Ahora acabo de grabar un disco en Nueva York con la orquesta de Arturo O’Farrill… en suma, no estoy en un solo camino, soy más bien un todoterreno, porque trato de no atarme, sino de variar y buscar continuamente vías nuevas.
¿Cómo aprendió a tocar?
Mire, le voy a contar una historia que yo no recuerdo, pero es como siempre me han dicho que empecé a tocar. Papá era el pianista y subdirector de la orquesta del cabaré Tropicana, el centro musical más importante de Cuba, por el que por cierto pasaron los grandes músicos de jazz de la década del 40 y 50. Yo tenía tres años y papá tuvo que regresar a casa porque había olvidado unas partituras para el segundo show. Él contaba que cuando regresó del teatro, escuchó a alguien que estaba tocando el piano, tocando melodías con ambas manos. Y me encontró a mí. Entonces le preguntó a mi abuela y a mi mamá que quién me estaba enseñando… y ellas dijeron que no, que yo solamente me fijaba en lo que él estaba haciendo y cuando se iba me sentaba y me ponía a hacerlo como él. Así fue como dicen que empecé. Después él comenzó a darme clases de música, a los cinco años me pusieron un profesor de teoría y solfeo en la casa y a los nueve entré en una escuela de música a estudiar piano.
Después, usted tocó con su padre, ¿cómo era tocar con Bebo Valdés?
Eso era algo increíble, una doble emoción. Tocar con mi maestro y al mismo tiempo con mi padre. Además, como yo siempre admiré tanto el arte pianístico de Bebo, cada vez que tocábamos juntos era una nueva lección para mí. Empecé a actuar con él a los 15 años, tocábamos a dos pianos en la televisión. Creo que he sido el admirador más grande de Bebo Valdés. Un músico excelente, gran padre y a la vez un maestro muy exigente. Esos domingos que yo quería ir al cine… ya estaba vestido para ir y él me detenía: mañana tienes clase, siéntate al piano y muéstrame lo que tienes para hacer. Si la cosa no salía clara, me decía: mira, no hay cine, cámbiate, siéntate y practica. Hoy le agradezco, porque he estudiado cuanto he podido y he tratado de seguir su línea musical.
¿Ha seguido usted ejerciendo de maestro con sus hijos?
Tengo seis hijos. Todos músicos, y además, buenos. No porque yo se lo haya inculcado, sino porque realmente les gusta. Sin duda, el ambiente musical en la casa ayuda. He tocado con Chuchito, he tocado con mi hija Leyanis, una excelente pianista que se graduó en Italia y en Cuba y ahora compone y toca de manera increíble. Emilio hace percusión y Yousi estudió dirección coral y toca batería, como Jessi, que también es baterista. El más pequeño, Julián, tiene diez años y le acabo de dar una clase ahora mismo.
En la era digital y de la música electrónica, ¿cómo motivar a los jóvenes a seguir practicando el jazz?
Desde los Irakere, que fue mi primer grupo en los años 60, hasta hoy, he trabajado con todos los nuevos talentos. La electrónica y la computadora creo que son el siglo XXI y han motivado a muchos a trabajar con programas que facilitan enormemente la orquestación, los arreglos, que hoy son mucho más fáciles que en los años 50. Los jóvenes dominan estas nuevas técnicas y yo estoy convencido de que facilitan mucho nuestra tarea, son el futuro.