
Carrera de armamentos contra la humanidad
¿A qué precio se ha logrado evitar, desde 1945, una tercera guerra mundial? ¿Cuántos días han permanecido las armas realmente silenciosas en el mundo entero? El que el eje de los conflictos pese a todo siguen involucrando a las potencias industriales, tanto grandes como pequeñas se haya desplazado hacia los países pobres, en nada cambia el hecho de que hombres, mujeres y niños cuya vida es tan preciosa como la de cualesquiera otros sigan muriendo a causa de la guerra.
Para las naciones que, solamente en el siglo XX, han sacrificado más de 100 millones de víctimas a la guerra y que siguen malgastando una parte considerable de su genio, de su energía y de sus recursos en la fabricación de artefactos de muerte cada vez más perfeccionados, la cuestión del desarme constituye un auténtico desafío. Aceptar ese desafío supondría no solamente librar a la humanidad de la amenaza de una hecatombe sin precedentes sino también dotarse de los medios para luchar victoriosamente contra la miseria, la enfermedad, la ignorancia y los demás azotes que agobian a tantos pueblos.
En realidad, bastaría con poner al servicio del desarrollo aunque sólo fuera una parte de los recursos materiales y humanos dedicados a la preparación de la guerra, para transformar considerablemente el rostro del planeta, disminuir la distancia creciente que separa a las naciones ricas de las pobres y reducir las zonas de pobreza que siguen subsistiendo en numerosos países industrializados.
Múltiples actividades indispensables en materia de alimentación, de salud, de alfabetización, de desarrollo de la educación, de formación de personal científico y técnico, de creación de centros de investigación, de desarrollo cultural, de protección del medio ambiente, se ven frenadas e incluso paralizadas únicamente por falta de recursos materiales. Y esa pobreza, a su vez, acrece las desigualdades y da origen a nuevas tensiones.
Así, al desarrollo de las armas nucleares se añade la carrera de los llamados armamentos convencionales, que se extiende a los Estados más pequeños y más pobres. Tal carrera de armamentos, que se nutre de todas las injusticias y prolonga todos los egoísmos del mundo actual, pone en movimiento a su vez fabulosos intereses internacionales vinculados con las industrias de armamentos, multiplica los peligros de conflagración mundial y aviva los conflictos.
Semejante estado de cosas no sólo entraña las más terribles amenazas para nuestra vida sino que además determina un sistema de prioridades en materia de inversiones y privilegia ciertas estructuras económicas que, al haberse vuelto esenciales para la vida de las naciones, harán más difícil la indispensable reconversión de la industria de armamentos en actividades pacíficas.
Los países a los que su elevado nivel de desarrollo coloca en condiciones de influir en el proceso económico y social deformante de la acumulación de armamentos, tienen a este respecto una responsibilidad particular frente a la comunidad internacional y frente a los Estados pequeños y medianos que hoy en día no tienen más remedio que someterse a decisiones que se toman en otras partes y que, sin embargo, comprometen su porvenir.
Tarea esencial de la Unesco es crear en el mundo entero, mediante la educación y la información, una corriente de opinión favorable al desarme y a la cooperación pacífica. Uno de sus objetivos fundamentales debe ser esforzarse por que se incluya la educación relativa al desarme en los programas de estudios de la escuela, de la universidad y de cualquier otro sitio donde se adquieran conocimientos. Se trata de lograr que se comprenda mejor la carga que significa cualquier guerra y los inmensos beneficios de la paz, a fin de que la opinión pública pueda ejercer toda su influencia y apoyar a los gobiernos en la marcha hacia el desarme. Se trata de persuadir y de convencer, de apelar a la razón y a la cordura, pero también a la generosidad y a una solidaridad bien entendida, beneficiosa para unos y otros. Es éste un combate largo y difícil, a veces ingrato, porque las ideas deben hacer callar los cañones, pero, también, un combate cargado con todas las esperanzas del mundo.
Amadou-Mahtar M'Bow, Director General de la UNESCO.