Idea

Proteger nuestra materia gris de la codicia

¿Dictar un texto con el pensamiento? ¿Aumentar la memoria gracias a implantes cerebrales? ¿Introducir recuerdos en el cerebro de un ratón? Estas posibilidades, todavía experimentales, ya no pertenecen a la ciencia ficción. Los avances en nuestra comprensión de los mecanismos del cerebro, hacen hoy posible lo que ayer era impensable. Muy prometedores para el tratamiento de determinadas patologías, estos progresos plantean también importantes cuestiones éticas.

El su último informe, el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO advierte de la posible violación de los derechos humanos que acarrea el uso de estas nuevas tecnologías.
The OpenViBE brain-computer interface software – a collaboration between France’s National Research Institute for Digital Science and Technology and the National Institute of Health and Medical Research – allows a computer to be controlled by thought.

Hervé Chneiweiss

Director de investigaciones del Centro Nacional de Investigación Científica, en Francia, y Presidente del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO.

Las trazas de trepanación halladas en cráneos fósiles prueban que, desde la prehistoria, nuestros ancestros sabían que el cerebro es esencial para nuestra supervivencia del ser humano. En muchos países, la muerte se define hoy en día por el cese irreversible de la actividad cerebral. Esta actividad es la base de nuestros estados cognitivos y, aunque puede ser diferente en cada persona, sus principios son comunes. Su análisis permite recopilar informaciones inherentes a todos, más allá de las diferencias de sexo, nacionalidad, lengua o religión.  

La actividad cerebral ocupa un lugar decisivo en los conceptos de identidad humana, libertad de pensamiento, autonomía, vida privada y realización del ser humano. Por consiguiente, la grabación (la ‘lectura’) y/o la modulación (la ‘escritura’) de dicha actividad mediante el uso de las neurotecnologías revisten una dimensión ética, jurídica y social.

El nacimiento de una tecnología capaz de registrar la actividad cerebral data de 1929, cuando el neurólogo alemán Hans Berger demostró que era posible grabar los cambios de potencial eléctrico del cerebro humano con la ayuda de un aparato de electroencefalografía (EEG). Este descubrimiento propició adelantos importantes, entre otros el diagnóstico preciso y el tratamiento de diversas formas de epilepsia. A partir de la década de 1950, esas técnicas se desarrollaron y permitieron el registro de la actividad eléctrica de regiones específicas del cerebro, así como su estimulación.

Descifrar el código del cerebro

Las neurotecnolgías pueden usarse para identificar las propiedades de la actividad del sistema nervioso, comprender el funcionamiento del cerebro, diagnosticar enfermedades, reemplazar un circuito neuronal defectuoso o controlar la actividad cerebral. En la actualidad, ya es posible, mediante el uso de implantes, interactuar con el sistema nervioso para modificar su actividad, por ejemplo, para restaurar la audición. Otro adelanto: la estimulación cerebral profunda puede contribuir a curar determinadas formas de la enfermedad de Parkinson.

Pero las innovaciones más espectaculares son las relativas a la interfaz cerebro-máquina (ICM), destinadas a registrar las señales cerebrales y a “traducirlas” en órdenes de control técnicas. Por ejemplo, un hombre que era incapaz de hablar debido a un accidente vascular cerebral ocurrido hace diez años, pudo emitir frases gracias a un sistema que lee las señales eléctricas de las zonas de su cerebro que componen las palabras. Los dispositivos de este tipo combinan elementos físicos (electrodos) con algoritmos de inteligencia artificial. 

La inversión en las investigaciones sobre el cerebro ha aumentado considerablemente en los últimos años. En 2013, Estados Unidos lanzó la Brain Initiative [Iniciativa de neurología] mientras la Unión Europea desarrollaba el Human Brain Project [Proyecto Cerebro Humano]. Australia, Canadá, China, la República de Corea y Japón también han puesto en marcha vastos programas para “descifrar el código del cerebro”. Se trata de comprender mejor la estructura del cerebro y los procesos mentales, y de crear nuevas tecnologías que permitan tratar determinadas patologías y compensar ciertas formas de discapacidad.

Un mercado prometedor

Lo que está en juego es muy importante. Las enfermedades del sistema nervioso, neurológicas y mentales, representan una fracción considerable de nuestros gastos de salud. Las necesidades, que en 2014, estimadas en más de 800.000 millones de euros anuales en la Unión Europea, son inmensas. Se estima que tan solo el costo mundial de la enfermedad de Alzheimer alcanzará en 2030 los dos billones de euros. La esclerosis múltiple es la primera causa de discapacidad en los jóvenes y el 13% de la población padece migrañas. En cuanto a los accidentes vasculares cerebrales, están a punto de convertirse en la primera causa de mortalidad. No obstante, las neurotecnologías pueden aportar algunas soluciones para tratar estas patologías.

La actividad cerebral es esencial para la identidad humana

Pero un mercado de esas dimensiones suscita apetitos, y no solo en el sector sanitario. Recientemente, la empresa Neuralink, propiedad de Elon Musk, recibió una inversión superior a 1.000 millones de dólares para desarrollar implantes cerebrales para aumentar la memoria. A largo plazo, el proyecto se propone lograr la hibridación del cerebro y la inteligencia artifical (IA). Por su parte, Facebook ha comprado también por 1.000 millones de dólares la empresa CRTL-labs, con el objetivo de elaborar gafas que permitan la transcripción del pensamiento a una pantalla de ordenador, sin pasar por el teclado.   

De hecho, los “datos cerebrales” (brain data), que contienen informaciones únicas sobre la fisiología, la salud o el estado mental de determinada persona, se han convertido en una mercancía codiciada más allá del sector médico. El mercado de las neurotecnologías trata de extenderse a otros ámbitos, como la informática afectiva, cuyo objeto es interpretar, tratar y simular las diversas emociones humanas, o el neurogaming, una forma de juego que implica el uso de una interfaz cerebro-máquina que permita a los usuarios interactuar sin emplear el dispositivo de control tradicional. También podríamos citar el neuromarketing, que estudia los mecanismos cerebrales susceptibles de intervenir en el comportamiento del consumidor. La educación es otro campo de aplicación de las neurotecnologías.

Desafío ético

Esta explotación extraclínica cada vez mayor de los datos cerebrales plantea un desafío para la ética y los derechos humanos. En la medida en que expone a los individuos a una intromisión en los aspectos más íntimos de su vida privada, al riesgo de que pirateen sus datos, a la injerencia en la confidencialidad y a la vigilancia digital, esa actividad requiere la instauración de una gobernanza.

El Comité Internacional de Bioética (CIB) de la UNESCO, subraya en su último informe los beneficios que pueden derivarse del desarrollo de las neurotecnologías. Pero también advierte de los posibles perjuicios a los derechos humanos fundamentales que esas tecnologías pueden acarrear: a la dignidad humana, a través de la amenaza a la integridad del cerebro de cada persona; a la libertad de pensamiento, si esos dispositivos interfieren en nuestra capacidad de discernimiento y decisión; a la vida privada, en caso de sesgos en los algoritmos empleados; y del riesgo de utilización abusiva, no autorizada o coercitiva con fines malintencionados, así como su incidencia sobre el consentimiento informado. El CIB plantea además la cuestión específica del interés del niño, en un periodo del desarrollo del cerebro decisivo para la vida de la persona.   

La explotación extraclínica de los datos cerebrales plantea un desafío a los derechos humanos

 

En relación con estos desafíos, el CIB estima que los “neuroderechos” que en el futuro deberían preservar a nuestros cerebros de los peligros que entraña el desarrollo de las neurotecnologías, engloban determinados derechos humanos que ya han sido reconocidos en el derecho internacional. No obstante, habida cuenta de lo que está en juego, son derechos sensibles que conviene subrayar. Esos derechos se apoyan en el reconocimiento de los derechos fundamentales de todas las personas, que son sobre todo la integridad física y mental, la intimidad mental, la libertad de pensamiento y el libre albedrío, e incluso el derecho a beneficiarse del progreso científico. El informe señala también la necesidad de decidir libremente y de modo responsable cuestiones vinculadas a las neurotecnologías, sin forma alguna de discriminación, coerción o violencia. 

Should we be afraid of neuroscience?
UNESCO
janvier-mars 2022
UNESCO
0000380264