Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

Piratear el cerebro: una quimera más que una realidad

Aunque las neurociencias han avanzado espectacularmente en las últimas décadas, las posibilidades que ofrece el desarrollo de las interfaces cerebro-máquina no son infinitas. Mecánica extremadamente compleja, el cerebro todavía está lejos de haber librado todos sus secretos.

R. Douglas Fields
Miembro de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, profesor adjunto de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos. Acaba de publicarel libro Electric Brain, sobre las ondas cerebrales, la interfaz cerebro-ordenador y la estimulación del cerebro.

En 2016, el Departamento de Estado anunció que el personal de la embajada de Estados Unidos en La Habana (Cuba) había sido víctima de un ataque que causó traumatismos cerebrales a miembros de su personal.

Las consiguientes investigaciones no aportaron prueba alguna de la existencia de algún tipo de arma de energía dirigida. Pese a ello, se sigue conociendo a esas lesiones cerebrales como “el síndrome de La Habana”.

No es nueva la idea de que se puede controlar la mente humana mediante electrodos implantados en el cerebro, o infiltrando rayos láser, electromagnéticos o sónicos en la cavidad craneal. En los decenios de 1950 y 1960, gracias a los avances de la electrónica, los neurocientíficos pudieron insertar electrodos en el cerebro de humanos y animales para estimularlo y tratar de averiguar cómo este órgano dicta nuestras conductas. Algunos neurocientíficos eminentes llegaron incluso a aconsejar el uso de la estimulación cerebral para corregir las conductas aberrantes. Durante la Guerra Fría, psicólogos y psicofarmacólogos investigaron métodos destinados a despojar a las personas de su libre albedrío. El temor a esta práctica de “lavado de cerebro” se desvaneció cuando se llegó a saber que tomar el control del cerebro era una pura quimera.

Perspectiva orwelliana

El auge de las  neurociencias en los últimos años está reactivando el temor a que se pueda manipular nuestra mente. Bien es verdad que se han hecho algunos progresos espectaculares. Herramientas como el electroencefalograma o la resonancia magnética nuclear funcional del cerebro se pueden utilizar para revelar pensamientos, emociones e intenciones de una persona. Las interfaces cerebro-máquina permiten ahora controlar prótesis a partir de una lectura del cerebro. También es posible actualmente transmitir sensaciones y emociones al cerebro con el uso de electrodos, e incluso conseguir que los ciegos tengan una visión rudimentaria.

La manipulación de la mente sobrepasa los límites teóricos y prácticos de la ciencia

Hace poco se ha logrado incluso que dos personas jueguen a videojuegos mediante “telepatía” gracias a ordenadores capaces de detectar, transmitir y generar la actividad eléctrica cerebral que intercepta los pensamientos de los jugadores y sus respuestas.

Todos esos experimentos son reales. Sin embargo, los científicos distan aún mucho de tener a su alcance la manipulación de la mente con estímulos eléctricos. En su célebre obra Physical Control of the Mind. Toward a Psychocivilized Society, el neurofisiólogo José M. R. Delgado decía ya en 1969 lo siguiente: “¿Podría un dictador sin escrúpulos sentarse un día ante un radiotransmisor y estimular con sus ondas lo más recóndito de los cerebros de una masa de individuos desesperadamente sojuzgados? Esta perspectiva orwelliana sería un tema fantástico para una novela, pero afortunadamente sobrepasa los límites teóricos y prácticos de la estimulación eléctrica del cerebro”. Esta afirmación sigue estando plenamente de actualidad.

En los últimos decenios, efectivamente, los científicos se han topado con la extrema complejidad del cerebro humano. Todavía hoy los especialistas no comprenden cómo las informaciones se codifican y procesan en los circuitos neuronales. Por eso es imposible, contrariamente a algunos fantasmas, “leer” el cerebro y, mucho más impensable todavía, poder implantar datos en él.

Circuitos muy complejos

Ni que decir tiene que las interfaces cerebro-máquina pueden reconocer los esquemas de impulsión neuronal relacionados con funciones específicas, a semejanza de los algoritmos de Amazon que pueden pronosticar nuestras aficiones en materia de libros o películas mediante el tratamiento de un ingente volumen de datos. Pero el análisis de las informaciones neuronales obtenidas mediante electroencefalogramas, operaciones de resonancia magnética nuclear funcional o electrodos implantados exigen por parte de la persona examinada tolerar un sinnúmero de repeticiones y una gran colaboración para poder identificar el tipo de influjo nervioso que va asociado, por ejemplo, a la intención de mover un dedo. Estas operaciones se pueden comparar con el automatismo de cambio de velocidad de un automóvil en función del ruido del motor. Estas interfaces exigen al cerebro que aprenda a generar modelos particulares de activación neuronal para que el ordenador pueda ejecutar la función deseada.

De la misma manera, es imposible introducir informaciones en el cerebro, pura y simplemente porque no se sabe cómo hacerlo. Aunque se llegara a dominar la codificación de la información, no se sabría qué neurona habría que estimular entre los miles de millones que posee el cerebro humano para desencadenar la función deseada. Los científicos sí pueden determinar qué región del cerebro se debe estimular, pero no qué neurona. Además, la neurona que controla una función particular no se encuentra forzosamente en la misma zona del cerebro en todas las personas. Por último, estimular solamente una neurona no sería suficiente para controlar el comportamiento de una persona porque la función cerebral se basa en una actividad coordinada de circuitos complejos en la que intervienen centenares o miles de neuronas. Por consiguiente, es imposible estimular coordinadamente grandes redes neuronales para dictar a alguien un comportamiento determinado y controlar su mente.

Estos métodos de interfaz cerebro-máquina exigen también intensos esfuerzos de cooperación, repetición y aprendizaje por parte de la persona cuyo cerebro es estimulado. Los científicos suponen que la estimulación provoca en el cerebro una sensación artificial, y que es la asombrosa capacidad de aprendizaje y adaptación lo que permite reconocer ese evento artificial y luego utilizarlo, por ejemplo, para activar una prótesis o, en el caso de los ciegos, interpretar los destellos luminosos inducidos por la estimulación de su córtex visual. Estamos lejos de una manipulación clandestina de nuestra mente.

Los avances de las neurociencias no son preocupantes en sí mismos, pero el uso que se haga de ellos sí plantea un problema

Miedo a lo desconocido

De todos modos, es imposible predecir el futuro. La potencia de los algoritmos y de la inteligencia artificial para explotar datos es exponencial. El avance de los conocimientos hará posible a la larga que se comprenda mejor el funcionamiento del cerebro humano y que se elaboren técnicas susceptibles de modificar sus funciones.

Los avances de las neurociencias no son preocupantes de por sí. En cambio, el uso que se haga de ellos sí plantea un problema. La especie humana puede convertir en armas todos los descubrimientos e inventos que ha hecho, desde el átomo hasta los virus. Desde sus orígenes, el Homo sapiens parece dudar permanentemente entre la violencia y la cooperación con sus semejantes. Internet es un ejemplo emblemático. Fuente de progreso y de beneficios considerables para la sociedad, también es utilizado para atizar el odio y la violencia. No hay razón alguna para creer que los avances de las neurociencias vayan a escapar a esta regla.

Por el momento no hay ninguna evidencia de que haya métodos que puedan controlar nuestro cerebro, ni tampoco se dispone de pruebas tangibles de que los síntomas de “niebla mental” que se han terminado conociendo como “síndrome de La Habana” sean el efecto de un arma neurológica.

A pesar de la cobertura sensacionalista dada a este fenómeno, conviene considerar la diferencia entre este peligro potencial no demostrado y las amenazas reales a las que nos enfrentamos. El miedo al control mental no es nada comparado con las armas de guerra existentes, con los interrogatorios, la tortura y la brutalidad, que son amenazas reales y actuales. Pertenecemos a una especie que considera lógica y justificada la perspectiva de una “destrucción mutua asegurada” con armas atómicas. Esto sí que es una terrible realidad que se puede desencadenar apretando simplemente un botón, y no un temor alimentado por fantasmas.                

Lecturas complementarias:

La mano que ve, El Correo de la UNESCO, julio-septiembre 2018

La mente, ese dilema, El Correo de la UNESCO, julio-agosto de 2001

Maravillas de las ciencias de la vida, El Correo de la UNESCO, marzo de 1988

 

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