
Formar a los protagonistas del futuro
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En 1993 la UNESCO constituyó una Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. Presidida por Jacques Delors, para desempeñar su labor contó con la colaboración de un grupo de eminentes asesores originarios de todas las regiones del mundo. Su cometido: proceder a una reflexión innovadora sobre la forma en que la educación podrá hacer frente a los retos del porvenir. Sus trabajos concluyeron en 1996, año del cincuentenario de la UNESCO.
Jacques Delors
Expresidente de la Comisión de las Comunidades Europeas (1985-1995) y exministro de Economía y Finanzas de Francia, es autor, entre otras obras, de Le nouveau concert européen, 1992, y de L'unité de l'homme, 1994.
Ahora que la humanidad se halla en el umbral del siglo XXI, la reflexión y los debates sobre su porvenir cobran mayor intensidad. El avance de los conocimientos y, en particular, de la ciencia y la tecnología, permite esperar un futuro de progreso para el género humano, pero la actualidad de cada día nos recuerda a qué desviaciones, a qué peligros a veces muy graves y a qué conflictos se halla expuesto el mundo contemporáneo.
La interdependencia cada vez mayor de pueblos y naciones, que es el rasgo más característico de nuestra época, está creando las condiciones para una cooperación internacional sin precedentes. Pero la aparición de una conciencia auténticamente planetaria pone también de realce la amplitud de las disparidades de que adolece el mundo, la complejidad y la imbricación de sus problemas, así como la multiplicidad de las amenazas que en todo momento pueden poner en entredicho los logros alcanzados.
Las exigencias en materia de educación son tanto más imperiosas cuanto que de ella depende en gran medida el progreso de la humanidad. Hoy está cada vez más arraigada la convicción de que la educación constituye una de las armas más poderosas de que disponemos para forjar el futuro o, más modestamente, para conducirnos hacia ese futuro dejándonos llevar por las corrientes favorables y tratando de eludir los escollos. Pero ¿qué hace hoy la educación para formar a quienes serán los protagonistas del porvenir?
La UNESCO ha tomado la iniciativa de ahondar en este debate aprovechando su experiencia internacional. Su Director General, Federico Mayor, me pidió que presidiera la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, cuyo mandato es “llevar a cabo una labor de estudio y de reflexión sobre los retos que ha de enfrentar la educación en los años venideros y presentar sus sugerencias y recomendaciones en un informe que pueda servir de marco y de norma para la acción de los decisores y los responsables oficiales del más alto nivel”.
Se trataba, en particular, de responder al siguiente interrogante: “¿Cómo puede la educación desempeñar un papel dinámico y constructivo para preparar a- los individuos y las sociedades del siglo XXI?”, y ello veinte años después de que otra comisión, presidida por Edgar Faure, publicara un informe, que sigue siendo actual, con el significativo título de Aprender a ser.
Cuatro cuestiones primordiales
La Comisión ha puesto todo su empeño en inscribir sus razonamientos en un marco prospectivo dominado por la mundialización de los problemas, en seleccionar las cuestiones pertinentes que se plantean a todos y en trazar algunas orientaciones válidas tanto en el plano nacional como en el mundial. Me voy a referir aquí a cuatro cuestiones que me parecen primordiales.
La primera es la de la capacidad de los sistemas educativos para convertirse en un factor clave del desarrollo. Para que ello ocurra es preciso que la educación cumpla un triple papel: económico, científico y cultural. Todo el mundo espera que la educación contribuya a la formación de una mano de obra cualificada y creadora que sepa adaptarse a la evolución de la tecnología y que participe en la "revolución de la inteligencia", que es el motor de nuestras economías. Todos, tanto en el Norte como en el Sur, esperan también que la educación haga progresar los conocimientos de tal modo que el desarrollo económico corra parejas con un control responsable del entorno físico y humano. Por último, la educación no cumpliría su misión si no fuera capaz de formar ciudadanos arraigados en sus respectivas culturas y, no obstante, abiertos a las demás culturas y dedicados al progreso de la sociedad.
La segunda cuestión es la relativa a la capacidad de los sistemas educativos para adaptarse a la evolución de la sociedad. Tropezamos en este punto con uno de los dilemas fundamentales de la educación: el que entraña tener que preparar el cambio pese a una inseguridad creciente que nos plantea interrogantes y nos desestabiliza.
La tercera cuestión es la de las relaciones entre el sistema educativo y el Estado. La función de este último, la devolución de algunos de sus poderes a las autoridades federales o locales, el equilibrio que conviene establecer entre enseñanza pública y enseñanza privada: he aquí algunos aspectos de un problema que, de todos modos, varía según los países
Por último, la cuarta cuestión se cifra en la difusión de los valores de apertura a los demás y de entendimiento mutuo, es decir, los valores de la paz. ¿Puede aspirar la educación a ser universal?
La creación de un lenguaje accesible a todos exigirá que cada individuo aprenda a dialogar mejor. Y el mensaje que se transmita deberá dirigirse al ser humano en sus múlti¬ ples dimensiones. Un lenguaje que aspire a lo universal noble ambición de la educación ha de formularse con todos los matices que tengan plenamente en cuenta a las personas en su infinita variedad. Esa es seguramente nuestra principal dificultad.
Los pilares de la educación
(...) Aprender a conocer. Dada la rapidez de los cambios provocados por el progreso científico y por las nuevas formas de actividad económica y social, es menester conciliar una cultura general suficientemente amplia con la posibilidad de ahondar en un reducido número de materias. Esa cultura general constituye en cierto modo el pasaporte para una educación permanente ya que es ella la que suscita el deseo y la afición a aprender durante toda la vida, pero proporciona también las bases para conseguirlo.
Aprender a actuar. Más allá del aprendizaje de un oficio o profesión, conviene en un sentido más amplio adquirir competencias que permitan hacer frente a nuevas situaciones y que faciliten el trabajo en equipo, dimensión que tiende a descuidarse en los actuales métodos de enseñanza. Esas competencias y calificaciones pueden adquirirse más fácilmente si los alumnos y estudiantes tienen la posibilidad de ponerse a prueba y de enriquecer su experiencia participando en actividades profesionales y sociales, mientras cursan sus estudios. Esto justifica la importancia cada vez mayor que debería darse a las diversas formas posibles de alternancia entre la escuela y el trabajo.
Aprender a ser. Ese fue el tema principal del informe Edgar Faure publicado en 1972 con los auspicios de la UNESCO. Sus recomendaciones siguen estando de gran actualidad, puesto que el siglo XXI exigirá a todos una mayor capacidad de autonomía y de juicio, que va a la par del fortalecimiento de la responsabilidad personal en la realización del destino colectivo.
Aprender a vivir juntos, por último, desarrollando el conocimiento de los demás, de su historia, sus tradiciones y su espiritualidad. Y, sobre esa base, crear una nueva mentalidad que, gracias a la comprensión de nuestra creciente interdependencia y a un análisis compartido de los riesgos y los desafíos del futuro, impulse a realizar proyectos comunes, o bien a poner en práctica una gestión inteligente y pacífica de los inevitables conflictos. Quizá alguien hable de utopía, pero será una utopía necesaria, una utopía vital que nos permita salir del peligroso ciclo del cinismo o de la resignación.
Aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos y a ser son los cuatro pilares de la educación
La educación durante toda la vida en el centro de la sociedad
El concepto de una educación que dure lo que la vida, preconizado por el informe Faure, es una de las llaves que pueden abrirnos las puertas del siglo XXI. Ese concepto, que responde al desafío de un mundo en rápida evolución, se impone como una necesidad con todas sus ventajas de flexibilidad, diversidad y accesibilidad en el tiempo y en el espacio. Por otra parte, va más allá de La distinción habitual entre educación tradicional y educación permanente.
Es preciso redefinir y ampliar el concepto de educación permanente. En efecto, al margen de las necesarias adaptaciones exigidas por los cambios profundos de la vida profesional, esa educación debe ser una construcción constante de la persona humana, de su saber y de sus aptitudes, pero también de su capacidad de juicio y de acción. (...)
La educación permanente tiene que ser replanteada y extendida
Para ello, resulta insustituible el sistema formal de educación en el que todos se inician en las disciplinas del conocimiento, en sus múltiples formas. No hay nada que pueda reemplazar la relación de autoridad, pero también de diálogo, entre maestro y alumno. Así lo han dicho y repetido todos los grandes pensadores clásicos que han abordado el problema de la educación. Al maestro, al docente, incumbe la tarea de transmitir al alumno lo que la humanidad ha aprendido acerca de sí misma y de la naturaleza, todo lo que ha creado e inventado de esencial.
Nada puede sustituir la relación de autoridad y de diálogo entre el alumno y el maestro
La educación debe pues adaptarse constantemente a los cambios de la sociedad, pero sin dejar de transmitir los logros, las bases y los frutos de la experiencia humana.
Redéfinir y relacionar las distintas secuencias de la educación
Al centrar sus propuestas en el concepto de educación durante toda la vida, la Comisión no quería dar a entender que ese salto cualitativo dispensaría de una reflexión sobre las distintas formas de enseñanza. Por el contrario, la educación a lo largo de la vida permite ordenar las distintas secuencias, organizar las etapas de transición, diversificar las vías y al mismo tiempo valorizarlas.
En ese marco cobran toda su importancia los saberes básicos: leer, escribir, calcular. La combinación de la enseñanza clásica y de los enfoques extraescolares deben permitir que el niño tenga acceso a las tres dimensiones de la educación: ética y cultural; científica y tecnológica; económica y social.
Por otra parte, hay que extender la educación básica en todo el mundo a los 900 millones de adultos analfabetos, a los 130 millones de niños no escolarizados y a los 100 millones y más de niños que abandonan prematuramente la escuela. Una tarea de tal envergadura tiene carácter prioritario en la acción de asistencia técnica y de cooperación que hay que desarrollar a escala mundial.
Una de las principales dificultades con que tropieza toda reforma reside en las políticas en favor de los jóvenes y adolescentes al salir de la enseñanza primaria. ¿Hay razones para afirmar que la reflexión sobre la educación ha descuidado la llamada enseñanza secundaria? En todo caso, contra ella se dirigen numerosas críticas y de ella se derivan muchas frustraciones.
Señalemos al respecto las necesidades crecientes y cada vez más diversificadas que conducen a un rápido aumento del número de alumnos y al atasco de los programas. De ello se derivan los clásicos problemas de masificación que tanto les cuesta resolver a los países poco desarrollados, en el plano financiero como en el de la organización. Citemos también la ansiedad que produce salir del sistema educativo, ansiedad que se agrava con la obsesión por ingresar en la enseñanza superior, como si fuera una cuestión de vida o muerte. A ese grave malestar viene a añadirse la situación de desempleo masivo que afecta a numerosos países.
Al parecer esa dificultad sólo puede superarse gracias a una amplia diversificación de los estudios. Entre las vías posibles deberían estar las clásicas, más orientadas hacia la abstracción y la conceptualización, pero también las que, enriquecidas por una alternancia entre la escuela y la vida profesional y social, permiten revelar otras aptitudes y otros gustos. En todo caso, habría que establecer pasarelas entre esas vías a fin de poder corregir los muy frecuentes errores de orientación iniciales.
A mayor abundamiento, la perspectiva de poder volver a un ciclo de educación o de formación transformaría el clima general, garantizando a cada adolescente que su destino no va a quedar sellado entre los 15 y los 20 años.
Hay que revisar asimismo con esta perspectiva la enseñanza superior.
En numerosos países existen, paralelamente a la Universidad, diversos establecimientos de enseñanza superior, algunos de los cuales seleccionan a los mejores, mientras otros imparten distintos tipos de formación profesional de calidad y con objetivos perfectamente definidos. Esta diversificación responde indiscutiblemente a las necesidades de la sociedad y de la economía tal como se manifiestan en los planos nacional y regional. Respecto de la masificación, que se observa en los países más ricos, una selección cada vez más rigurosa no puede ser una solución política y socialmente aceptable. Uno de los inconvenientes principales de tal orientación radica en que son muchos los jóvenes de ambos sexos que se ven excluidos de la enseñanza antes de haber obtenido un diploma reconocido y están, por tanto, en una situación desesperada, pues no gozan de la ventaja del título ni poseen como contrapartida una formación adaptada a las necesidades del mercado de trabajo.
Es preciso, pues, lograr un desarrollo de los efectivos universitarios en consonancia con la reforma de la enseñanza secundaria.
A ello contribuiría la Universidad diversificando su oferta y actuando a la vez como centro de la ciencia orientada hacia la investigación o la formación del personal docente, como medio de adquirir calificaciones profesionales, según programas constantemente adaptados a las necesidades de la economía, como punto de convergencia privilegiado de la educación durante la vida entera, y como asociado principal de una cooperación internacional que facilite el intercambio de profesores y estudiantes y que, gracias a la institución de cátedras con vocación internacional, promueva la difusión de las mejores enseñanzas.
Esta problemática cobra una dimensión particular en las naciones pobres donde las universidades tienen un papel decisivo que desempeñar.
Estrategias de reforma a largo plazo
(...) Tres agentes principales contribuyen al éxito de las reformas educativas: la comunidad local (los padres, los jefes de establecimiento y el personal docente), las autoridades públicas y la comunidad internacional.
La participación de la comunidad local en la evaluación de las necesidades gracias al diálogo con las autoridades públicas y con los grupos interesados en el seno de la sociedad constituye una etapa esencial para ampliar el acceso de los individuos a la educación y para mejorar su calidad. La continuación de ese diálogo gracias al empleo de los medios de información modernos, a los debates dentro de la comunidad, a la educación y la formación de los padres y a la capacitación de los docentes durante el servicio suele generar una mejor comprensión del problema, un discernimiento más claro y un desarrollo de las capacidades endógenas.
La comunidad local tiene que participar en la evaluación de las necesidades a través de un diálogo con las autoridades públicas
En todo caso, no hay reforma que pueda tener éxito sin el concurso y la participación activa de los docentes. La Comisión ha recomendado que se preste atención especial a la situación social, cultural y material de los educadores, así como a los instrumentos necesarios para lograr una educación de calidad: libros, medios de comunicación modernos, entorno cultural y económico de la escuela.
Desde este punto de vista, el perfeccionamiento del sistema educativo exige que el político asuma todas sus responsabilidades. En efecto, no puede dejar que las cosas marchen por sí mismas como si el mercado fuera capaz de corregir los defectos o como si bastara para ello una especie de autorregulación. A los autoridades públicas incumbe el deber de plantear claramente las opciones y, tras una amplia concertación con todos los interesados, elegir una política pública que trace las orientaciones, siente las bases y establezca los ejes del sistema y garantice su regulación a costa de las adaptaciones necesarias.
El principio de la igualdad de oportunidades debe de determinar todas las decisiones que se tomen.
En lo que atañe a la comunidad internacional como agente del éxito de las reformas educativas, la Comisión formuló varias recomendaciones relativas a una política activa en favor de la educación de las jóvenes y las mujeres; a un porcentaje mínimo de la ayuda al desarrollo (una cuarta parte del total) dedicada a financiar la educación; al desarrollo del “intercambio entre deuda y educación” a fin de compensar los efectos negativos que sobre los gastos públicos con finalidad educativa han tenido las políticas de ajuste y de reducción de los déficit internos y externos; a la difusión en favor de todos los países de las nuevas tecno¬ logías de la llamada sociedad de información con objeto de evitar que se abra un nuevo foso entre países ricos y países pobres; y a la movilización del valioso potencial que representan las organizaciones no gubernamentales.
Estas breves sugerencias deben situarse en una perspectiva de asociación y no de asistencia. A ello nos incita la experiencia adquirida, tras tantos fracasos y tanto despilfarro. Y a ello nos obliga la mundialización de los problemas
A modo de conclusión
En la hora presente la interdependencia de las naciones permite y exige una cooperación internacional de una envergadura nueva y en todos los ámbitos. La Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI es uno de los factores en los que, al aproximarse el nuevo siglo, encarna y se afirma la voluntad de llevar adelante esa tarea.
Sin limitarse a un ejercicio puramente descriptivo ni tampoco a esbozar una filosofía de los sistemas educativos, la Comisión no tenía por misión elaborar "previsiones para el futuro" con las consiguientes orientaciones destinadas a los responsables de las políticas educativas, sino proporcionar a los decisores elementos que les ayudarán a formular políticas de educación y suscitar un debate que interesa, más allá del mundo de la educación y de los educadores, a los padres, los niños y jóvenes, los empresarios, los responsables de organizaciones sindicales y a las asociaciones que se esfuerzan por valorizar el papel de la educación.
Artículo publicado en el número de abril de 1996 de El Correo de la UNESCO
Lecturas complémentarias:
La Educación y el destino del hombre por Edgar Faure, El Correo de la UNESCO, noviembre de 1972
La universidad y la ‘democracia de los crédulos’, El Correo de la UNESCO, enero-marzo de 2018
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