
Editorial
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Familias arrojadas a las carreteras por la guerra, campamentos improvisados en la periferia de las ciudades, supervivientes de peligrosas travesías marítimas: los medios de comunicación han terminado por banalizar las imágenes de los migrantes, que a menudo quedan reducidas a un arquetipo de la desdicha contemporánea. Sin embargo, los noticieros reflejan situaciones muy reales, como las que atraviesan ahora los civiles que tratan de escapar de Afganistán.
Aunque representan la dimensión trágica de la migración, dichas imágenes están lejos de resumir la realidad compleja, plural y dinámica de ese importante fenómeno del siglo XXI. En 2020, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calculaba en 272 millones el número de personas que habían dejado su país para huir de la violencia, las catástrofes naturales o las repercusiones del cambio climático, pero también para cursar estudios, trabajar o inventar una vida en otro lugar.
Esta cifra, que aumenta con regularidad, es deliberadamente aprovechada por quienes la usan como arma política y agitan la supuesta amenaza que representan los migrantes, cómodos chivos expiatorios de los miedos y las frustraciones de las comunidades anfitrionas. Dichos temores, agravados en periodos de crisis sanitaria, se alimentan a su vez de prejuicios y de ideas preconcebidas sobre los migrantes y no tienen en cuenta datos ampliamente contrastados como el hecho de que los flujos de población ocurren sobre todo entre países de ingresos medios o bajos, o que cerca de la mitad de los migrantes no llegan a cruzar las fronteras.
Estos prejuicios alimentan también los discursos de rechazo, el racismo e incluso la discriminación hacia los recién llegados, aspectos que afectan en particular a las mujeres. Precisamente para alentar la convivencia y hacer retroceder esas formas de discriminación, la UNESCO ha establecido la Coalición Internacional de Ciudades Inclusivas y Sostenibles (ICCAR). La Organización se ocupa además de recordarnos que, tras la frialdad de las estadísticas, existen miles de destinos humanos y múltiples historias, unas veces terribles y otras veces felices, así como riquezas de un mestizaje cultural que forma parte de nuestras vidas y de nuestra historia colectiva.
Cabe preguntarse si el concepto de migración conserva todavía algún sentido en nuestras sociedades mundializadas, marcadas por la intensificación de intercambios y de desplazamientos, en las que un viaje al extranjero está hoy en día al alcance de muchos. En el libro Le Métier à métisser, [El oficio del mestizaje] el escritor haitiano René Depestre nos invita a replantearnos la idea misma de exilio: "El proceso de mundialización está destinado a dejar anticuada y caduca la idea de que es preciso quedarse en casa, envuelto en el aroma del café que prepara la abuela, para tener una identidad".
Agnès Bardon