
La pandemia, espejo de nuestra vulnerabilidad
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Desigualdad social, violencia de género, carencias en materia de vivienda y sistemas sanitarios: la crisis del COVID-19 ha desvelado las grietas que dividen a nuestras sociedades. Para cambiar el mundo, tendremos que abordar problemas a los que hasta ahora no habíamos sido capaces de enfrentarnos.
Kalpana Sharma
Periodista independiente, columnista y escritora, residente en Mumbai. Su último libro lleva por título The Silence and the Storm : Narratives of violence against women in India
[El silencio y la tormenta: Crónicas de la violencia contra las mujeres en la India].
Cuando al mirar al horizonte distinguimos a simple vista un pequeño barco de pesca, comprendemos que algo ha cambiado. La omnipresente boina gris de contaminación ha desaparecido. El aire es transparente y el cielo reluce ahora con un tono azul que habíamos olvidado.
El mundo ha cambiado en 2020. Un nuevo virus ha sofocado –literalmente– al planeta. Cada día, crece la incertidumbre, se multiplican los contagios y aumenta la inquietud por el empleo y la economía, confrontados a una enfermedad para la que (aún) no tenemos tratamiento.
Nada nos había preparado para este suceso imprevisto. Pero hay una lección que cabe aprender de lo ocurrido: los países que habían invertido recursos suficientes en sistemas sanitarios capaces de proporcionar a sus ciudadanos servicios accesibles y de bajo costo, están hoy mejor dotados para afrontar esta crisis sanitaria.
La índole contagiosa, rápida y mortífera del nuevo virus suscitó la esperanza de que los países y los pueblos aunarían esfuerzos para combatirlo. Pero, en contra de lo esperado, la pandemia ha desvelado las grietas que dividen a nuestras sociedades.
Líneas de falla
El virus no escoge a sus víctimas, pero nuestras sociedades sí reproducen viejas pautas de discriminación contra el prójimo, ya sea porque es de otra raza o profesa otra religión. Las epidemias no suelen borrar el odio y los prejuicios; más bien tienden a recrudecerlos.
La otra fractura es la desigualdad. La crisis actual ha puesto en meridiana evidencia el rasgo que el economista francés Thomas Piketty denomina “la violencia de la desigualdad”. Carentes de protección social, las personas más desfavorecidas luchan por sobrevivir en medio de esta pandemia mundial.
En la India, esta “violencia de la desigualdad” ha asumido en los últimos meses una forma trágica, a causa del confinamiento impuesto al conjunto de la población, es decir, a 1.300 millones de personas, para frenar la propagación del COVID-19. Miles de hombres y mujeres, abandonados a su suerte en ciudades a las que habían acudido en busca de trabajo, perdieron sus empleos cuando la economía se paralizó. Privados de ingresos y carentes de una red de seguridad social, no tuvieron otra opción que volver andando a sus aldeas, situadas a cientos de kilómetros de distancia.
Esa marcha forzada en época de calor, con poca agua y escasos alimentos, resultó fatal para un gran número de caminantes. Las imágenes de ese éxodo de migrantes rurales muestran hasta qué punto, en una urgencia como la actual, los modelos injustos de desarrollo económico agravan el sufrimiento de los sectores más desfavorecidos.
La tercera línea de falla que divide a nuestra sociedad y que resulta especialmente chocante en periodos de crisis, es la fractura de género. Muchas mujeres se encuentran confinadas con sus agresores, en una situación que les ofrece pocas vías de escape. Pero este fenómeno no recibe la atención que merece. ¿Será quizá porque esa vulneración de los derechos de millones de mujeres en el mundo entero ocurre también en “tiempos normales”?
Pobreza urbana
En numerosos países, la incidencia del virus ha sido mayor en las ciudades. Las viviendas hacinadas e insalubres han contribuido a la propagación de la enfermedad. La escasa calidad de la infraestructura sanitaria hace que quienes se encuentran en esas condiciones tengan pocas probabilidades de sobrevivir a la pandemia, especialmente en los países más pobres.
Esas personas que trabajan en el sector terciario, la construcción y las pequeñas empresas, o se desempeñan como asistentes de hogar, cuidadoras a domicilio y en muchas otras tareas, constituyen los pilares de nuestras ciudades. La mayoría de ellas perciben salarios bajos y viven en zonas urbanas pobres y densamente pobladas, en viviendas carentes de agua corriente y con saneamientos deficientes.
En esas condiciones, es imposible controlar la propagación del virus, porque la falta de espacio impide el distanciamiento físico. La ausencia de agua corriente no permite la aplicación de medidas de higiene, como lavarse las manos con frecuencia o desinfectar las superficies.
La vivienda social casi nunca ha sido una prioridad en nuestras ciudades. Las consecuencias de esta política resultan evidentes ahora, al constatar el número abrumador de nuevos contagios que se registran en los barrios más pobres de algunas ciudades, lo mismo en Mumbai que en Nueva York.
Una falsa buena noticia
Es verdad que el informe principal de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el Global Energy Review 2020, publicado en abril pasado, prevé una disminución sin precedentes de las emisiones de carbono, del orden del 8%, para el año en curso. Sin duda es una buena noticia. Pero se trata de la feliz consecuencia de una crisis siniestra y no del resultado de medidas adoptadas para combatir el peligro cierto del cambio climático.
El COVID-19 nos ha cambiado la vida, pero nada ha cambiado en el mundo. Nada nos garantiza que, una vez terminada la crisis, no volveremos a vivir por encima de nuestras posibilidades en materia de recursos naturales. Pocos elementos apuntan a que existan planes concretos para reorganizar nuestras sociedades de manera permanente, por ejemplo, para que los pobres pueden vivir dignamente o para otorgar prioridad al transporte público ecológico.
Nos aguardan múltiples desafíos, empezando por una reforma exhaustiva de nuestros sistemas sanitarios. Los países, los Estados federales y las provincias que han obtenido los mejores resultados en esta crisis son los que habían invertido previamente para establecer sistemas de salud pública de mejor calidad.
El segundo desafío consiste en remediar las desigualdades arraigadas en nuestras sociedades porque, en toda sociedad desigual, incluso los mejores sistemas están condenados al fracaso. Es obvio que se trata de un proyecto a largo plazo que no puede ejecutarse de un día para otro. Pero tanto si la economía nacional es sólida como si es frágil, cuando en un país prevalece la desigualdad sistémica, las crisis devastarán a los grupos más débiles y vulnerables.
Como dijo Mahatma Gandhi: “En el mundo hay lo suficiente para satisfacer las necesidades del ser humano, pero no hay bastante para calmar su avaricia”. Y es esa avaricia la que impulsa nuestras economías, ahora que las fronteras han perdido su eficacia ante la avidez de consumo del mundo. Y es también esa avaricia la que amenaza el porvenir del planeta, al devorar sus recursos naturales sin remplazarlos jamás.
El COVID-19 nos ha impuesto una desaceleración. Pero, una vez que hayamos superado la crisis, ¿veremos surgir un nuevo orden mundial? ¿Llegaremos a ser conscientes de la precariedad de la existencia de millones de seres humanos? Cuando el ruido de la actividad humana se haya reanudado, ¿escucharemos la voz de las mujeres y de los grupos de población más vulnerables?
No hay respuestas sencillas para esas preguntas. Pero ha llegado el momento de plantearlas. Es hora de comprender que la desaparición del cielo azul no es un destino ineluctable.
Más información:
Retos climáticos, desafíos éticos, El Correo de la UNESCO, julio-septiembre de 2019
Cuando las ciudades se renuevan, El Correo de la UNESCO, abril-junio de 2019
El humanismo, una idea nueva, El Correo de la UNESCO, octubre-diciembre de 2011
Mundialización: el despertar ciudadano, El Correo de la UNESCO, septiembre de 2000
Ciudades del Sur: La llamada de la urbe, El Correo de la UNESCO, junio de 1999
¿De dónde viene el racismo?, El Correo de la UNESCO, marzo de 1996
“Informar sobre las violencias contra las niñas y las mujeres: manual para los periodistas” [en francés e inglés], UNESCO, 2019
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Foto: Anindito Mukherjee