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Las fronteras, cada vez más móviles e invisibles, siguen siendo auténticas barreras

Las fronteras de hoy no se delimitan forzosamente con muros de ladrillo y alambradas de púas, sino que se están metamorfoseando en barreras móviles construidas mediante la aplicación de tecnologías de vanguardia y reglamentaciones complejas que restringen la circulación de los ciudadanos. Esta metamorfosis se ha acentuado con la pandemia de COVID-19.

Por Ayelet Shachar

Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, muchos vaticinaron la desaparición de las fronteras. La realidad ha sido muy diferente. En vez de desaparecer, las fronteras se han metamorfoseado en barreras móviles y artificiosas, desvinculadas de sus coordenadas geográficas y susceptibles de extenderse tanto fuera como dentro de las líneas de demarcación asignadas a los territorios de los distintos países. Desligándose de los hitos geográficos fronterizos establecidos físicamente, los poderes estatales han creado un nuevo modelo de “fronteras móviles”.

Este tipo de fronteras no son barreras físicas ancladas en el tiempo y el espacio, sino más bien murallas jurídicas. La tendencia a establecer fronteras móviles se ha acelerado con las medidas adoptadas para contrarrestar la última pandemia mundial.

Cuando en enero de 2020 numerosos casos inexplicables de neumonía viral azotaron la ciudad de Wuhan, algunos países limítrofes de China actuaron sin pérdida de tiempo por haber padecido antes las consecuencias de las epidemias del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) y del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV). No sólo dictaron medidas sanitarias, sino que impusieron restricciones en materia de viajes para limitar el acceso a sus respectivos territorios.

Hoy en día, se ha llegado a imponer que los trámites obligatorios para poder entrar en un territorio nacional determinado se cumplan en centros de tránsito situados en países extranjeros, a miles de kilómetros de la frontera real del país de destino. Por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19, el gobierno de Canadá prohibió que todos los individuos con síntomas de esta enfermedad –incluidos los propios nacionales canadienses– embarcaran en aviones destinados a aterrizar en su territorio. Con esa medida, desde un punto de vista tanto conceptual como jurídico, este país extendió de hecho sus fronteras hacia el extranjero, al desplazar el ejercicio de su potestad de control fronterizo a puntos de acceso situados en otros países, asiáticos y europeos principalmente.

Lo que parecía ciencia ficción ya es realidad

Lo más notable es que, en un cómputo posterior realizado en mayo de 2020, se contabilizaron hasta casi 200 países que habían optado por imponer una traba semejante no sólo a los viajes de llegada a sus territorios, sino también a los de partida en algunos casos. En el momento más álgido de la crisis sanitaria, un 91% de la población mundial vivía en países que habían decretado restricciones a los desplazamientos de personas para contrarrestar la propagación del COVID-19. La observancia de esas prohibiciones legales de entrada o salida de viajeros ni siquiera exigió la presencia de un solo pelotón de soldados o la alineación de una sola fila de sacos de arena en las fronteras físicas de los países interesados.

Los gobiernos no han necesitado recurrir a esos medios, sino que han desplazado sus fronteras para controlar la movilidad de las personas, bloqueándolas antes de que emprendan sus viajes, o vigilándolas una vez llegadas a sus destinos al exigirles que lleven pulseras con un localizador GPS. Varios especialistas del sector turístico han señalado el respecto que algunos viajeros preferirían someterse a una cuarentena en el país del que son nacionales.

Es obvio que la gestión de la movilidad y las migraciones humanas va a ser objeto de una gran modificación hasta que no se encuentre una vacuna contra el coronavirus. Lo que parecía ciencia ficción ya es una realidad. De sobra conocido por sus estrictos procedimientos de control, el Aeropuerto Internacional Ben Gurión, situado en Lod (Israel), está elaborando para los trasbordos un sistema de registro de pasajeros y facturación de equipajes sin solución de continuidad y sin intervención alguna de agentes humanos. Su finalidad es agrupar a los viajeros exentos de coronavirus y crear zonas aisladas o “burbujas” en las que puedan reanudar sus viajes. Solo se permitirá circular por los corredores asépticos así creados a las personas en buen estado de salud.

Estos nuevos procedimientos suscitan importantes interrogantes tanto en el plano ético como en el jurídico. El hecho de gozar de buena salud va a ser una ventaja inestimable, o incluso una condición previa, para poder viajar. En efecto, países como Alemania, Chile, Italia y el Reino Unido están considerando la posibilidad de establecer “pasaportes de inmunidad” que otorguen a las personas sanas libre acceso a la vida social y los desplazamientos, y que lo restrinjan para las demás.

Túneles inteligentes y fronteras biométricas

Antes de la pandemia, los gobiernos ya venían recurriendo cada vez más a la vigilancia biométrica de las migraciones porque esta tecnología permite contar con algo de lo que no se disponía anteriormente: unos “ojos dotados de visión omnisciente” que permiten controlar y rastrear la movilidad de cada persona en cualquier lugar del mundo.

Con el incremento de los análisis de ingentes volúmenes de datos y la creación simultánea de inmensas bases informáticas para registrar toda la información biométrica relativa a los viajeros, el propio cuerpo de estos va a acabar convirtiéndose de hecho en el pase de entrada al territorio de un país, a medida que las fronteras biométricas se vayan extendiendo. Australia, los Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, China, el Japón y otros países están encabezando la marcha para establecerlas. En el aeropuerto de Dubai, por ejemplo, se ha puesto en práctica un proyecto experimental de nuevas fronteras biométricas, conocidas también por el nombre de túneles inteligentes, que permiten identificar a los pasajeros mediante una digitalización de su rostro y del iris de sus ojos.

Para plasmar por completo en los hechos esta visión “orwelliana”, los gobiernos tendrán que redefinir el emplazamiento, el funcionamiento y la razón de ser de las fronteras para que ellos o sus representantes puedan hacer indagaciones sobre los viajeros e interceptarlos con mayor prontitud y frecuencia, así como a más distancia. De esta manera, se podrán rastrear los recorridos de las personas a medida que vayan pasando por los sucesivos puntos de control establecidos a lo largo de sus itinerarios.

Para reforzar la gestión de los movimientos migratorios y la movilidad de las personas, la Unión Europea va a exigir en el futuro una “autorización electrónica de desplazamiento”, incluso para los viajeros exentos de visado que sean titulares de pasaportes muy codiciados en la esfera internacional. En 2021 va a entrar en servicio el Sistema Europeo de Información y Autorización de Viajes (ETIAS), que desempeñará la función de centro de intercambio de información para las autorizaciones previas de desplazamiento destinadas a los 26 países del Espacio Schengen.

Junto con los pasaportes, todos esos sistemas de acopio de información están erigiendo en todo el mundo fronteras muy sólidas de hecho, aunque sean móviles e invisibles, que servirán para controlar a los viajeros antes de su partida, así como su posición geográfica y su eventual perfil de riesgo.

Toda persona va a convertirse en una frontera ambulante

El proyecto experimental “iBorderCtrl”, financiado por la Unión Europea, y otros proyectos similares incorporan aspectos futuristas a la reglamentación en materia de movilidad. Los viajeros que lleguen a una frontera tendrán que “someterse a una breve entrevista automatizada, no invasiva, con una representación digital de la autoridad, [y también] a una prueba con un detector de mentiras”. La información así obtenida se almacenará en grandes bases de datos conectadas entre sí, lo que permitirá a las autoridades “calcular el factor de riesgo acumulativo presentado por cada persona”.

Ese factor de riesgo aparecerá en pantalla siempre que la persona en cuestión cruce de nuevo una frontera y podrá dar lugar a que se la someta a controles complementarios o a que se le deniegue la entrada en el territorio. La representación digital de la autoridad fronteriza del proyecto “iBorderCtrl” está programada para detectar gestos ínfimos de las personas que resulten reveladores. Dentro de poco en Estados Unidos podrían ser operativos proyectos análogos a éste, dotados con sistemas de detección guiados por inteligencia artificial y capaces de captar alteraciones del flujo sanguíneo de los individuos o leves movimientos de sus ojos. Las fronteras de antaño no sólo se han metamorfoseado, sino que se están multiplicando y fracturando. En realidad, se puede decir que toda persona va a convertirse en una frontera ambulante.

Todos estos cambios repercuten ampliamente en el ámbito de los derechos y las libertades individuales. Hacer del cuerpo humano un objeto de reglamentación ya no es algo de la incumbencia exclusiva de las autoridades nacionales. En efecto, grandes empresas tecnológicas transnacionales están ya muy involucradas en operaciones de extracción de datos y de localización geográfica de personas que han dado resultado positivo en la prueba del coronavirus, a veces sin su consentimiento.

La crisis sanitaria actual nos ha mostrado, sin embargo, que un futuro diferente podría estar al alcance de nuestra mano un futuro diferente. Por ejemplo, cuando se declaró la pandemia, el gobierno de Portugal proclamó que todos los inmigrantes y solicitantes de asilo presentes en su territorio iban a disfrutar de los mismos derechos que sus nacionales en materia de “asistencia sanitaria, seguridad social, estabilidad laboral y permanencia en sus viviendas, porque ese era el deber de una sociedad en tiempos de crisis”. En este país, el hecho de correr idénticos riesgos en un mismo territorio generó un espíritu de compañerismo y un sentimiento de pertenencia a una sola comunidad.

Cuando llegue el día en que dispongamos de más y mejores remedios médicos para luchar contra este virus mortal, nos quedará todavía pendiente la tarea de subsanar sus gravísimas consecuencias en el plano de la exclusión social. 

Ayelet Shachar

Directora del Instituto Max Planck para el Estudio de la Diversidad Religiosa y Étnica con sede en Gotinga (Alemania) y autora, entre otras obras, de The Shifting Border: Legal Cartographies of Migration and Mobility [La frontera movediza – Cartografía jurídica de las migraciones y movilidades], publicada recientemente.

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Julio-Septiembre 2020
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