Dos años después del arranque del movimiento de denuncia del acoso sexual #MeToo en Estados Unidos y tras el cuarto de siglo transcurrido desde la Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing, Helen Pankhurst traza una panorámica de las diferentes olas de feminismo a lo largo de los últimos cien años. También describe los itinerarios militantes de su bisabuela, Emmeline Pankhurst, y de su abuela Sylvia, figuras históricas del movimiento sufragista que consiguió el derecho de voto para las mujeres británicas a principios del siglo XX.
Helen Pankhurst
Nacida hace cien años, la lucha de las sufragistas por la obtención de la representación política igualitaria de la mujer dista mucho de ser un episodio más del pasado histórico y conserva plena actualidad. Vestigio de uno de los primeros combates librados por el feminismo en el que mi bisabuela ocupó una posición de vanguardia, el recuerdo de las sufragistas parece impregnar aún la atmósfera en todas las partes del mundo donde ahora luchan millones de mujeres, saliendo a la calle y manifestándose para expresar su oposición a los jefes de Estado y los gobiernos que adoptan políticas abiertamente retrógradas.
Aunque se han realizado progresos considerables, las mujeres del mundo entero tienen que seguir luchando por la igualdad. ¿Por qué las mujeres del Reino Unido deben soportar que la lentitud actual del ritmo de equiparación de sus salarios con los de los hombres solo permita esperar que se llegue a la igualdad en 2069? ¿Por qué en 2015 el 11% de las mujeres perdió su empleo por encontrarse encinta? ¿Por qué a escala mundial una de cada tres mujeres es objeto de violencia física o sexual?
Los itinerarios seguidos por la lucha de las mujeres difieren de un país a otro y poseen rasgos específicos. Sin embargo, sean cuales sean su momento y lugar, todos ellos tienen numerosos puntos en común. Las desigualdades y discriminaciones de que es objeto la mujer siguen estando profundamente arraigadas en los sistemas políticos y económicos, las culturas, las religiones y las formas de ejercer el poder.
Una nueva ola del movimiento feminista
Al igual que hace un siglo, lo que hoy ha marcado la entrada en una nueva etapa del feminismo es la unidad en torno a una cuestión concreta: las violencias perpetradas contra las mujeres en los lugares de trabajo. La lucha contra esas violencias define y constituye la cuarta ola histórica del movimiento feminista desencadenada actualmente. Esta ola está representada sobre todo por el movimiento #MeToo, que surgió en Estados Unidos en octubre de 2017 y que ha repercutido en el mundo entero, entre otros mediante las etiquetas (hashtags) #WatashiMo en Japón y #BalanceTonPorc en Francia.
Lo más destacado de esta ola es que las voces de las mujeres que cuestionan las normas sociales discriminatorias y se alzan contra ellas están generando cambios estructurales tanto en el plano nacional como en el mundial. Por ejemplo, tras años de sensibilizar a la opinión internacional sobre los problemas afrontados por la mujer en el mundo laboral, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) logró que en junio de 2019 se adoptara por fin el trascendental Convenio sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo. Ahora, los esfuerzos de la OIT se centran en conseguir que los países lo ratifiquen.
En general, las olas del movimiento feminista ilustran ante todo y sobre todo la impugnación del statu quo y la lucha en pro de cambios en las mentalidades y los comportamientos individuales, así como de transformaciones en el ámbito político.
La metáfora de las “olas” para designar las fases del movimiento feminista se adoptó retrospectivamente y ha quedado consagrada definitivamente porque explica, con claridad y sencillez, las fluctuaciones de las dinámicas y prioridades del movimiento con el paso del tiempo.
Las redes sociales –instrumentos de opresión y liberación a un tiempo– constituyen una característica distintiva de la actual cuarta ola del feminismo. Lo que define a esta ola es su plena conciencia no tanto de las eventuales divergencias políticas existentes entre las propias mujeres como de los diferentes estratos de privilegio y vulnerabilidad que determinan la situación en que se halla cada una de ellas.
El término “interseccionalidad”, acuñado por Kimberlé Crenshaw, pone en primer plano esa situación personal y exige que para determinarla se reconozcan, además del género, las diferencias inherentes a la edad, salud reproductiva, clase social, etnia, orientación sexual o discapacidad.
El feminismo es también un elemento que las mujeres que lideran otras causas han incorporado a la lucha por la consecución de sus metas específicas. Esto es lo que ha ocurrido con la iniciativa ecologista impulsada por la joven sueca Greta Thunberg y con el movimiento mundial Black Lives Matter [“Las vidas negras importan”] creado a iniciativa de los afroamericanos estadounidenses.
Hay dos momentos del año estrechamente vinculados al movimiento mundial de emancipación de la mujer. En primer lugar, la conmemoración del Día Internacional de la Niña, que tiene lugar cada 11 de octubre, para recordar a la opinión pública los condicionantes que pesan sobre las muchachas y su situación real, que hace sumamente improbable que sus opiniones se tengan en cuenta a la hora de adoptar políticas y decisiones sobre cuestiones que afectan a su existencia, incluso vitalmente.
El otro periodo clave del calendario mundial del feminismo lo constituyen los “Dieciséis días de activismo contra la Violencia de Género” (25 de noviembre – 10 de diciembre). En esas dos semanas largas se ponen de relieve los problemas que siguen afrontando las mujeres y la persistencia de la acción feminista contra la violencia de género entrañada por los abusos sexuales de cualquier tipo. De uno u otro modo el activismo feminista siempre acaba centrándose en la violencia de que son víctimas las mujeres, como consecuencia de su carencia de poder en los ámbitos de la política, la sociedad y la economía.
El derecho a votar, clave de todos los cambios
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, surgió la primera ola del feminismo moderno, que tomó como base y punto de partida las reivindicaciones ya planteadas por las mujeres en siglos anteriores abordaron numerosos problemas: el derecho a la educación y el empleo, la doble moral sexual, la trata de mujeres y la violencia sexista, y la lucha contra el alcoholismo, el belicismo y el colonialismo. Esta primera ola feminista se dio a conocer sobre todo por las campañas que emprendió en pro del reconocimiento de la ciudadanía de la mujer y de su derecho a votar y ser candidata en las elecciones políticas, ya que por ese entonces se consideraba que la conquista de ese derecho era un elemento clave para conseguir todos los demás cambios reclamados.
En el Reino Unido este primer combate feminista fue particularmente encarnizado. Mi bisabuela, Emmeline Pankhurst, fue la líder del movimiento que en 1903 emprendió en Mánchester la lucha por el sufragio femenino. Emmeline fue y sigue siendo todavía una figura emblemática mundial de la resistencia de las mujeres a la opresión. El combate sufragista desembocó en una oleada de manifestaciones con centenares de miles de participantes –mujeres en su mayoría– y en toda una serie de destrozos materiales que no solo llevaron a miles de personas a ser encarceladas y alimentadas a la fuerza, sino que también llegaron a ocasionar muertes. La firme resolución y el coraje demostrados por Emmeline en defensa de la idea de igualdad entre los sexos siguen siendo una fuente de inspiración para las feministas, pese a ser una figura controvertida incluso entre sus propios partidarios.
La segunda de sus hijas, mi abuela Sylvia (1882-1960), empezó a disentir cada vez más de su madre acerca del modo en que esta lideraba el movimiento, oponiéndose más concretamente a su derrotero autoritario y belicoso así como a la prioridad que otorgaba a las mujeres de las clases más acomodadas de la sociedad. Además, Sylvia tenía la convicción de que la campaña sufragista debía simultanearse con estrategias de apoyo a las luchas sociales en las que estaban empeñadas a diario las mujeres obreras.
Sylvia también defendió la importancia del sufragio universal en una época en que el sistema de votación censitaria impedía a un sinnúmero de trabajadores de sexo masculino ejercer su derecho fundamental al voto y, además, fue una declarada militante pacifista durante la Primera Guerra Mundial y el periodo de entreguerras. Tras la invasión de Etiopía por Mussolini en 1935 abrazó la causa antiimperialista en defensa de este país, al que se fue a vivir después de la Segunda Guerra Mundial y donde sería enterrada con honras fúnebres estatales.
Las divisiones en mi familia son un reflejo del cariz personal que pueden tener las ideas políticas, así como una ilustración de los cismas que se han producido en la lucha histórica por la conquista de los derechos de la mujer.
La segunda ola del feminismo se desencadenó a partir del decenio de 1960 y se centró en la defensa de los derechos económicos de la mujer, reivindicando un salario igual al de los hombres y cuestionando la jerarquización de género que ha arrinconado a las mujeres a ejercer las profesiones peor pagadas. Treinta años más tarde, en el decenio de 1990, hizo su aparición la tercera ola que hace hincapié en los derechos a la libertad sexual y la elección personal. En este periodo se ha registrado un mayor grado de compromiso de los organismos gubernamentales e intergubernamentales con las cuestiones relativas al fomento de la igualdad de género y se han celebrado varias conferencias mundiales de las Naciones Unidas sobre la mujer.
Influencias familiares
Mis antepasadas, las Pankhurst, fueron evidentemente un puñado de mujeres combativas, pero cabe preguntarse hasta qué punto influyeron en mí que soy una mujer del siglo XXI. Sin duda alguna mi vida y mi pensamiento se han forjado con la obligada reflexión que tuve que hacer sobre las divergencias de ideas existentes en mi familia, y también por el hecho de que me crié en Etiopía. En 1992 escribí un libro sobre la condición de las mujeres etíopes, basado en mi tesis universitaria, que titulé Gender, Development and Identity [“Género, desarrollo e identidad”].
El año pasado me dediqué a exponer la situación de las mujeres del Reino Unido en mi libro Deeds Not Words: The Story of Women's Rights, Then and Now [“Obras, y no palabras – Historia del pasado y el presente de los derechos de la mujer”].
Además de que el feminismo corre por mis venas, tengo fe en la solidaridad y la resolución que emanan de la participación en manifestaciones públicas reivindicativas. De ahí que en mi agenda personal tenga anotado desde mucho tiempo atrás mi compromiso de participar activamente cada año en dos destacados eventos anuales: la celebración mundial feminista del Día Internacional de la Mujer y la March4Women de Londres.
El 8 de marzo de este año volveré a estar en la calle para poner en alto una vez más el estandarte del feminismo, como ya lo han hecho y seguirán haciendo tantísimas mujeres en todo el mundo. Todavía nos queda un largo camino por recorrer.
Más información: La mujer en El Correo
Fotos: Changing the Future for Women in Greater Manchester y Karl Mancini (fotógrafo)