
Mohamed Sidibay: La función de los docentes consiste en devolvernos la confianza
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Huérfano desde los cinco años, Mohamed Sidibay fue niño soldado durante la guerra civil de Sierra Leona pero logró salvarse gracias a la escuela. Este defensor incansable de la enseñanza, que colabora con la Alianza Mundial para la Educación, nos cuenta cuánto le debe a una maestra que le tendió una mano.
Entrevista realizada por Agnès Bardon (UNESCO)
Usted estuvo movilizado como niño soldado desde su más tierna infancia. ¿En qué contexto se produjo su escolarización?
Fue en 2002, un año antes del final de la guerra en Sierra Leona. Yo participaba en un programa de desarme, desmovilización y reinserción de niños soldados coordinado por el UNICEF. Tenía ya casi 10 años pero nunca había ido a la escuela. Lo único que sabía hacer era cargar un AK-47. El UNICEF se encargó de que me escolarizasen y dotó a mi escuela primaria con libros, lápices y material didáctico. Sin ese pequeño empujón, seguramente la historia de mi vida habría sido muy distinta de lo que es hoy. Ir a la escuela despertó mi curiosidad por aprender y todavía hoy esa misma curiosidad sigue siendo mi fuerza motriz
Después de todo lo que había experimentado hasta entonces, ¿cómo vivió los primeros días de clase?
La primera vez que me vi sentado en un aula, me sentí perdido. Estaba enfadado, creía que aquel no era mi sitio. Pero, sobre todo, me sentía solo. La mayoría de los niños de diez años que había allí ya sabían deletrear su nombre, leer, escribir y contar, mientras que yo no sabía hacer nada de eso. Estaba avergonzado y sentía cierto rechazo. Pero perseveré, no porque fuese consciente de la importancia de la educación, sino porque, a pesar de todo, la escuela era el lugar donde me sentía más seguro.
¿Cómo era su relación con los docentes?
Como había crecido en medio de una guerra, yo desconfiaba de los adultos. Cuando estaba en contacto con ellos, mi único objetivo era pasar inadvertido, no llamar su atención. Ser invisible es la única manera de sobrevivir a una guerra civil. Al principio, mi relación con la mayoría de los maestros no era buena. El enfado que sentían por haberlo perdido todo durante la guerra, mi frustración por lo que yo mismo había perdido y mi miedo hacía los adultos complicaban mucho nuestras relaciones. Estuve muy tentado de dejarlo todo.
¿Recuerda a algún profesor o profesora en particular?
Cuando se es solo un alumno más junto a otros 80 en la escuela de un barrio marginal, uno no es más que un rostro entre muchos otros. Pero hubo una profesora que me marcó para siempre. Era alguien especial por muchos motivos. Yo era un niño de la calle, así que nunca llevaba nada para comer a la hora del almuerzo y, de vez en cuando, ella compartía su comida conmigo. En clase no me obligaba a ir a la pizarra porque era consciente de que, como yo no sabía leer, los demás alumnos se burlarían de mí.
Un día tuvo la genial idea de sentarme al lado de la niña más brillante de la clase, que se convirtió en mi tutora. Y, aunque ella sabía cómo era mi vida fuera de la escuela, siempre me preguntaba qué tal me había ido el día. Cuando se dio cuenta de que no me gustaba la escuela, tuvo la inteligencia de no obligarme. En resumen, hizo cuanto pudo para que yo percibiera que estaba en un entorno seguro. Sabía que, si me sentía bien, seguiría acudiendo a clase. Y tenía razón. Este tipo de comportamiento es el que permite reconocer a un buen docente.
En su opinión, ¿cómo pueden los docentes ayudar a los niños que han sufrido algún tipo de trauma?
Tarde o temprano, las guerras acaban, pero las cicatrices que dejan en las vidas de hombres y mujeres duran toda la vida. Los docentes son los artesanos de la reconstrucción de la sociedad. Su trabajo no consiste únicamente en transmitir conocimientos, sino también en garantizar que los niños se sientan seguros. Deben entender que los niños como yo vienen de un mundo en el que los adultos, no solo no han sido capaces de protegerlos sino que, además, les han robado la infancia y la inocencia. Por eso, lo primero que vemos cuando entramos a un aula no son maestros, sino adultos dispuestos a explotarnos una vez más. La función de los docentes, por lo tanto, es devolvernos la confianza. Cuando comenzamos a ir a la escuela, no lo hacemos por un deseo de aprender, de crecer y de convertirnos en mejores ciudadanos. A veces, lo único que necesitamos, como era mi caso, es que alguien se siente a nuestro lado.
¿Cómo se puede ayudar al profesorado a superar ese reto?
Hacen falta recursos. Con frecuencia, los docentes que ejercen en zonas de guerra o de postconflicto, no han recibido la formación adecuada. En realidad, su trabajo se limita a transmitir conocimientos y a mantener a los alumnos escolarizados hasta final de curso. No consiguen inspirar a su alumnado, no porque les falte creatividad, sino porque mantener la disciplina se convierte en la preocupación primordial. Por eso hay que dotar a los docentes de los medios necesarios, especialmente de una formación adecuada, para que puedan desempeñar plenamente su función con niños que han padecido grandes sufrimientos.
Más información
Better training for teachers who care for traumatized children (en inglés)
Vídeo: Mohamed Sidibay: Teaching Peace (en inglés)