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En el Congo: impartir clases a 76 alumnos

El docente de la Escuela Primaria de La Poudrière en Brazzaville (Congo), Saturnin Serge Ngoma, ha impartido día tras día clases de geometría y gramática a un aula congestionada. Una lucha cotidiana en una escuela que carece de casi todo.

Laudes Martial Mbon

Periodista congoleño

En el patio polvoriento de la escuela primaria de La Poudrière, las voces infantiles ya no resuenan desde principios de junio, cuando comenzaron las vacaciones escolares. Tan solo el rugido de los motores de los aviones del aeropuerto Maya-Maya de Brazzaville, cuya pista está separada de la escuela apenas por una carretera asfaltada y algunas viviendas, viene a perturbar de vez en cuando la tranquilidad de esta tórrida tarde de verano.

Hace algunas semanas, 76 alumnos –27 niños y 49 niñas– se apiñaban cada día a partir de las siete de la mañana en el aula de la clase elemental de primer año (CM1) –el penúltimo curso del ciclo primario– del maestro Saturnin Serge Ngoma. “Si añado los seis niños que tengo en casa, este año me he ocupado de 82 críos. Ha sido agotador…”, afirma sonriente este gigante de más de un metro ochenta, sentado al pie de una mata de mango.

La escuela primaria, que lleva el nombre del barrio donde había un polvorín antes de la independencia, fue su primer destino docente tras su contratación por el Estado en 2017. “Digamos que me dieron una perla”, dice Ngoma, señalando los locales del colegio, dos barracas austeras que albergan seis aulas, rodeadas de yerbas altas y de viveros. Los días lluviosos, el patio de tierra se convierte en un lodazal pegajoso. Las puertas de la escuela no cierran. Durante el año, los maestros imparten clases con las puertas abiertas, bajo la mirada de los transeúntes que cruzan el patio para ir de un lugar a otro del barrio.

El imperio de la improvisación

Todo son carencias en este establecimiento, que no dispone de cercado ni de letrinas. A principios de año, antes de que aparecieran nuevas mesas, los alumnos de Ngoma se sentaban hacinados a cuatro por pupitre. Los demás tenían que sentarse directamente en el suelo. Ante esta pobreza, era preciso improvisar. “Los estudiantes recuperaron por todas partes pequeñas láminas de madera sobre las cuales se instalaron. No era una situación muy cómoda”, añade el profesor.

Los alumnos también tuvieron que compartir los pocos libros de texto que había en el colegio, reuniéndose en grupos de tres o de cuatro para realizar los ejercicios o durante las prácticas de lectura. Una situación que resulta aún más crítica porque muchos alumnos tienen dificultades académicas. El aprendizaje de la lengua francesa es una de las asignaturas que más problemas les plantea. “Hay que estar alerta durante las prácticas de lectura, porque ante la dificultad de dominar correctamente la lengua, algunos estudiantes leen textos que no están en el manual escolar. Se los inventan”.

Tampoco es fácil lograr que los alumnos respeten la disciplina cuando son tan numerosos. Para mantener el orden, el docente aplica sus propios métodos. La primera medida consiste en mandar a la pizarra a los estudiantes más revoltosos. “Todos temen no ser capaces de hacer un ejercicio ante los demás, y por eso tratan de no verse en ese trance. Si son revoltosos, también los castigo, por ejemplo los obligo a conjugar verbos y, en los casos más extremos, los envío a barrer el patio”.

A pesar de esa situación de precariedad, 62 alumnos de la clase de Ngoma pasaron al curso superior cuando concluyó el año lectivo. El maestro se enorgullece de que uno de sus pupilos haya obtenido la mejor nota de toda la escuela, con un promedio general de 12,5 puntos.

Titular de una Maestría en Economía del Desarrollo Sostenible, este profesor de unos 40 años de edad llegó a la docencia más bien tarde, tras haber trabajado en empresas de seguridad y haber impartido cursos en instituciones privadas. Sin embargo, a pesar de que su tarea cotidiana es difícil y que percibe un salario ridículo, Ngoma no se plantea cambiar de profesión.

El próximo mes de septiembre, el maestro de La Poudrière emprenderá de nuevo el camino que, en media hora de marcha, le lleva de su barrio de La Frontière a la escuela. “El Sr. Ngoma”, resume Guelor, uno de sus antiguos alumnos, “nos repite siempre que él no conoce a mucha gente que haya tenido éxito en la vida sin haber asistido a la escuela”.

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