
La Habana, cuando todos se ponen manos a la obra
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La Habana ultima actualmente los preparativos para celebrar con fasto el quinto centenario de su fundación, en noviembre de 2019. Edificios emblemáticos del centro histórico de la capital cubana se están remozando. Hace ya unos 30 años que La Habana Vieja está experimentando un renacimiento excepcional gracias a los denodados esfuerzos de sus habitantes, la férrea determinación del historiador de la ciudad y la firme voluntad de los poderes públicos.
Jasmina Šopova
“La mano ejecuta lo que el corazón manda”. Este proverbio grabado en ideogramas en el techo de uno de los magníficos edificios del casco histórico de la capital de Cuba, refleja el gran amor que los habitantes de La Habana profesan a la ciudad. “Tierra de paso durante tantos años, en esta ciudad se han ido encontrando gentes de las más diversas procedencias (africanos, europeos, chinos, yucatecos...) en una amalgama, en un caleidoscopio del que brota nuestra única y diversa identidad étnica, ética y estética”, así definía a La Habana el escritor cubano Manuel Pereira en su artículo “Biografía de La Habana Vieja”, publicado en julio de 1984 en El Correo de la UNESCO.
El texto vio la luz dos años después de que se inscribiera en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO el centro histórico de la capital cubana, que comprende más de 3.000 edificios en los que viven unas 50.000 personas.
Más de una década después de ser reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad, el Estado cubano promulgó un decreto (1993) por el que la Habana Vieja se declaró zona de conservación prioritaria. Acto seguido se adoptó un “Plan Maestro para la Rehabilitación y Restauración del Centro Histórico”, cuya ejecución se encomendó a la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana (véase nuestra entrevista).
Debido al clima y al desarrollo urbano, la Habana Vieja empezó a deteriorarse considerablemente desde comienzos del siglo XX, pero Cuba se movilizó para rescatarla. “No se salvan del día a la noche 465 años de piedras, pero La Habana Vieja se salvará, reconstruyendo su espléndido rostro, no para convertirse en museo muerto, sino para ser un museo viviente y vivible”, decía Pereira hace 35 años y tanto el tiempo como los hechos han acabado por darle la razón.
Basado en la autogestión y dotado de un enfoque social, educativo y cultural a la vez, el Plan Maestro cubano se ha convertido en un modelo internacional para la restauración y valorización de los centros históricos urbanos, especialmente en los países de América Latina. Asimismo, el plan ha obtenido el reconocimiento de los expertos internacionales en patrimonio cultural, se ha visto recompensado con unos 20 premios nacionales y mundiales, y la UNESCO lo ha incorporado a la lista de mejores prácticas de restauración del Patrimonio Mundial.
Una característica sobresaliente de ese plan es que ha conseguido la participación directa de los vecinos de La Habana Vieja en la rehabilitación de su barrio. Con el correr del tiempo, la Oficina del Historiador ha llegado a crear 14.000 empleos de distintas cualificaciones en beneficio de los habitantes del centro histórico y de sus zonas adyacentes. Para las necesidades del plan se creó un sistema educativo en el que colaboran la Universidad de La Habana, fundada en 1728, y tres escuelas especializadas. Las escuelas dispensan a jóvenes de 16 a 21 años una formación de dos años de duración en 12 disciplinas diferentes. Hasta la fecha se han graduado en ellas unos 1.500 jóvenes especialistas en oficios de restauración y rehabilitación del patrimonio cultural.
Otro de los numerosos instrumentos creados por la Oficina del Historiador para sensibilizar a públicos de todas las edades al valor del patrimonio cultural cubano es el programa “Aulas-Museo”, cuyo objetivo es enseñar a los niños de las escuelas primarias la historia de La Habana Vieja. Esa labor de sensibilización también ha permitido que miles de familias hayan podido disfrutar de circuitos culturales por el centro histórico, ver los vídeos “Andar La Habana” y leer las versiones impresa y digital de Habana Nuestra.
Antaño subvencionada por el Estado, la restauración del centro histórico goza ahora de un sistema de autofinanciación conseguido gracias al desarrollo de una economía estrictamente local. Se fundaron, por ejemplo, empresas y agencias turísticas para crear en la zona de protección prioritaria de La Habana Vieja una red de restaurantes, comercios y hoteles, que se compagina con los intereses culturales del barrio. Los edificios más hermosos del lugar los ocupan ahora museos, galerías y teatros a los que acude un público numeroso, tanto nacional como internacional. El flujo de visitantes es una de las fuentes de recursos más importantes para financiar su rehabilitación.
Como el mantenimiento y la mejora de la calidad de vida de los habitantes del centro histórico es uno de los principales criterios del plan de rehabilitación integral, una parte de los recursos obtenidos con su aplicación se utiliza para financiar el funcionamiento de instituciones sociales. Por ejemplo, la Maternidad Doña Leonor Pérez Cabrera, el Centro de Rehabilitación Geriátrica Santiago Ramón y Cajal, que prodiga atención médico-sanitaria especializada a 15.000 adultos mayores, o la Oficina de Asuntos Humanitarios, con sede en el antiguo convento de Belén, que atiende a las franjas de población más vulnerables, como las víctimas de los desastres ocasionados por los frecuentes huracanes que azotan la ciudad. Esta oficina cuenta con una farmacia, un centro de fisioterapia y un dispensario oftalmológico, y también con una tienda de alimentos, una peluquería, una barbería, etc. En sus locales también se organizan encuentros intergeneracionales y talleres sobre la conservación del medio ambiente y la medicina tradicional, así como otras actividades socioculturales de diversa índole.
El acondicionamiento y la renovación de plazas, jardines, calles peatonales y otros espacios recreativos, así como del alumbrado público, la red de distribución de gas, la recogida de basura y la limpieza de la vía pública son también parte integrante de este plan colosal que no ha descuidado un aspecto esencial: no privar de sus viviendas a los vecinos durante las obras de renovación de los edificios. Así, más de 11.000 familias han podido seguir disfrutando sin interrupción de un techo digno que hoy, más que nunca, es merecedor de ese adjetivo.
Para conocer más a fondo la historia de la capital cubana, véase el artículo “Biografía de La Habana Vieja”, publicado en julio de 1984 en El Correo de la UNESCO.