
La educación rehén de la guerra
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Fotos: Diego Ibarra Sánchez /MeMo
Texto: Katerina Markelova
“El tiempo, esa bomba de relojería que se para en el exilio y se incrusta en las páginas de las agendas de los escolares”. Así expresa el fotoperiodista español Diego Ibarra Sánchez un pensamiento que le atormenta desde hace tiempo: las guerras están borrando el futuro de una generación entera de niños.
En efecto, según datos de la UNESCO, solamente la mitad de los niños y un cuarto de los adolescentes refugiados están escolarizados y en las regiones en conflicto hay más de 28 millones de niños no escolarizados.
Muy a menudo, los impactos de la guerra en los sistemas educativos quedan fuera del objetivo de las cámaras de los corresponsales de guerra. Maestros asesinados, escuelas devastadas o convertidas en puestos militares, traumas psicológicos profundos…Resultado: millones de niños sin acceso a la educación. Lo que Diego desea mostrarnos, trascendiendo el sensacionalismo de las imágenes de combates, es la destrucción del futuro de una “generación perdida”.
Sensibilizado desde pequeño a los problemas de la educación por ser hijo de una profesora, Diego se fue al Pakistán en 2009 cuando tenía 27 años. Este país era entonces víctima de una campaña de violencia desatada por los talibanes contra el sistema educativo. Fue entonces cuando inició su proyecto de reportajes gráficos “La educación secuestrada” (“Hijacked Education”) del que presentamos algunas muestras.
En 2014 dejó el Pakistán para ir al Líbano, donde vive todavía con su mujer y un hijo de dos años. Ha proseguido sus trabajos sobre la educación en tiempos de guerra desplazándose a Siria, Iraq y Colombia.
“Por desgracia, el capítulo de la educación secuestrada por la guerra no se ha cerrado todavía. Sigue existiendo de manera palpable, por eso mi proyecto debe seguir adelante”, nos dice Diego. “Consumimos miles de imágenes –añade– sin pararnos un instante a asimilarlas. Pasamos de una realidad a otra casi sin detenernos. Nos hemos convertido en ‘turistas’ del sufrimiento del prójimo”. La fuerza de su obra fotográfica nos compele a todos –como “turistas apresurados” que somos– a pararnos a meditar cómo aportar nuestro grano de arena a la desactivación de esa “bomba de relojería”, que amenaza a tantos niños en tantos lugares.


