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De actualidad

¿Hay que reconstruir el patrimonio cultural?

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La cúpula medio derruida de Genbaku en el Memorial de la Paz de Hiroshima (Japón).
© OUR PLACE The World / Geoff Steven
Atentados terroristas y desastres naturales causan daños enormes al patrimonio cultural mundial. Pese a la tradicional oposición de los especialistas, algunas decisiones recientes del Comité del Patrimonio Mundial y de la UNESCO ponen de manifiesto un cambio de posición, más proclive ahora a la reconstrucción de los sitios culturales dañados o destruidos.

Por Christina Cameron

La destrucción del patrimonio cultural mundial, de una amplitud sin precedentes en nuestros días, plantea de nuevo el dilema de si es necesario o no reconstruir los sitios dañados para que recuperen su significado.

El aniquilamiento de los Budas del Valle de Bamiyán (Afganistán) en 2001 prefiguró una posterior oleada de ataques contra algunos de los sitios culturales más emblemáticos del mundo, como las ciudades sirias de Palmira y Alepo. La UNESCO considera que esos atentados constituyen un crimen de “limpieza cultural”, lo cual exige la adopción de nuevas políticas nacionales e internacionales, así como la intervención de las Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional e Interpol. Además, también los desastres naturales destruyen el patrimonio cultural mundial, como el terremoto que asoló en 2015 centenares de edificios del sitio del Valle de Katmandú (Nepal).

La idea de la reconstrucción no es nueva. Tiene su origen en las culturas occidentales del siglo XIX, cuando se cobró mayor conciencia de la importancia de la historia y surgió la noción de monumento histórico como reacción contra la industrialización arrolladora y su consiguiente ruptura con el pasado. Los arquitectos empezaron entonces a restaurar las partes desaparecidas de edificios culturales antiguos para devolverles su esplendor de antaño. Un buen ejemplo de esto fue la reconstitución de las murallas de la ciudadela de Carcasona (Francia), obra del arquitecto parisino Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, teórico de la renovación del gótico francés. En el siglo XX, el movimiento en pro de las reconstituciones cobró un auge especial en Norteamérica, donde las réplicas de edificios históricos se utilizan como museos vivientes y constituyen un medio de presentación e interpretación del pasado histórico muy apreciado por los visitantes. El ejemplo más célebre es la reconstitución de la ciudad de Williamsburg (Virginia) en el decenio de 1930: se restauraron 350 edificios del siglo XVIII en estado de ruina y se demolieron otros de épocas posteriores para crear un centro de interpretación de la América colonial dieciochesca.

Recordemos también que el origen de la Convención del Patrimonio Mundial de 1972 fue la iniciativa adoptada por la UNESCO para desmontar y reconstruir en Egipto los templos nubios de Abu Simbel y los monumentos de Filé, situados en una zona arqueológica de riqueza excepcional que iba a quedar anegada a causa de la construcción de la presa de Asuán. Gracias a la campaña internacional de salvamento llevada a cabo por la UNESCO durante dos decenios (1960-1980), esos tesoros pudieron salvarse.

Probidad y transparencia

Pero el dilema persiste: ¿hay que reconstruir los monumentos o no? Tradicionalmente, los especialistas en conservación del patrimonio cultural se oponen a la reconstrucción, ya que puede falsear el pasado y crear lugares ficticios que nunca existieron en la forma recreada. Surgida en el siglo XIX, esta corriente contraria a la reconstrucción cobró fuerza después de que Adolphe Napoléon Didron, historiador del arte y arqueólogo francés, reiterase esta máxima: “Es mejor consolidar los monumentos antiguos que repararlos, mejor repararlos que restaurarlos y mejor restaurarlos que rehacerlos”.

En 1883, en su “Primera Carta de la Restauración”, el arquitecto italiano Camillo Boito sentó ocho principios para la conservación del patrimonio cultural, haciendo hincapié en que la probidad y la transparencia eran indispensables a la hora de restituir las partes desaparecidas de un monumento. Las ideas de Boito se plasmaron finalmente en un texto doctrinal clave del siglo XX, que constituye el pilar básico del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS): la “Carta internacional sobre la conservación y la restauración de monumentos y sitios”, adoptada en 1964 y conocida como “Carta de Venecia”. Este texto excluye la reconstrucción y afirma que la restauración termina cuando empieza la conjetura. Desde ese año, las normas y directrices relativas a los sitios históricos siempre formularon reservas sobre su reconstrucción, salvo en contadas ocasiones. En efecto, la “Carta del ICOMOS-Australia para Sitios de Significación Cultural”, adoptada en 1979 y denominada también “Carta de Burra”, admite la reconstrucción cuando es la expresión de un uso o práctica que mantiene el valor cultural del sitio, pero preconiza una aproximación a los cambios “tan cautelosa como sea necesario, tratando que sean los menores posibles”.

Cambio de actitud

En sus primeros años de existencia, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO secundó la doctrina del ICOMOS y por regla general se opuso a las reconstrucciones. En 1980 hizo una excepción, admitiendo la reconstrucción masiva del centro histórico de Varsovia, considerada un símbolo del patriotismo polaco. Sin embargo, hasta un periodo reciente el Comité ha hecho oídos sordos a las reconstrucciones, salvo contadas excepciones. La primera se dio en 2005, cuando se inscribió en la Lista del Patrimonio Mundial el sitio reconstruido del Barrio del Puente Viejo en el centro histórico de Mostar (Bosnia y Herzegovina) debido a la necesidad de restaurar su valor cultural, o sea la dimensión inmaterial de este bien cultural. El segundo caso fue la reconstrucción del sitio de las Tumbas de los Reyes de Buganda en Kasubi (Uganda) –inscrito en 2001 en la Lista y devastado por un incendio en 2010– para cuya reconstrucción el Comité dio su acuerdo a condición de que la nueva estructura se basara en una documentación sólida, respetase las formas y técnicas tradicionales y mantuviese la continuidad de su uso. En efecto, el texto actual de las “Directrices Prácticas para la aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial”, que se sigue haciendo eco de las disposiciones de la “Carta de Venecia”, dice lo siguiente: “Por lo que respecta a la autenticidad, la reconstrucción de restos arqueológicos o de edificios o barrios históricos sólo se justificará en circunstancias excepcionales. La reconstrucción sólo es aceptable si se apoya en una documentación completa y detallada y, de ninguna manera, basada en conjeturas”.

No obstante, y debido a los recientes atentados de extremistas contra sitios del patrimonio cultural, en las decisiones del Comité y de la UNESCO se observa un cambio de actitud, más proclive a admitir las reconstrucciones. Esta evolución obedece en parte a la doctrina expresada en el “Documento de Nara sobre la Autenticidad”, adoptado en 1994 por el ICOMOS en base al espíritu de la “Carta de Venecia”, que aporta un argumento suplementario en favor de las reconstrucciones al referirse ampliamente a las características inmateriales de patrimonio cultural.

Esta mutación data de la destrucción deliberada de los mausoleos de santos sufíes del sitio del patrimonio mundial de Tombuctú, perpetrada en 2012. Desafiando los llamamientos del Comité del Patrimonio Mundial y de la Directora General de la UNESCO para preservar esas tumbas veneradas, grupos de extremistas movidos por un espíritu insaciable de venganza, arrasaron por completo catorce mausoleos. La UNESCO encabezó entonces un proyecto de reconstrucción que se llevó a cabo en un tiempo récord, dándose por finalizado en 2015. El caso de Tombuctú puede contribuir a zanjar los debates a favor y en contra de la reconstrucción. A este respecto cabe señalar que la “Declaración de Valor Universal Excepcional” adoptada inicialmente por el Comité para la inscripción del sitio de Tombuctú, aludía solamente al valor histórico de los mausoleos, sin mencionar su importancia cultural para la comunidad local y los conocimientos y técnicas tradicionales de ésta vinculados a los monumentos. Los valores comunitarios e inmateriales del sitio solamente se mencionaron después de su destrucción.


© Ammar Abd Rabbo

Un instrumento de regeneración

Los argumentos en favor de la reconstrucción se basan en la situación en que puedan hallarse las comunidades locales en tres ámbitos: la transmisión de las técnicas tradicionales de los constructores primigenios a las nuevas generaciones; la unión del conjunto de los miembros de la comunidad en torno a los proyectos de reconstrucción; y la continuidad de las funciones cultuales o contemplativas de los sitios. Asimismo, cabe señalar que la participación de la población local en la reconstrucción de monumentos se puede considerar un proceso de reconciliación y un instrumento de regeneración.

Los argumentos en contra de la reconstrucción –además del relativo a la observancia de las normas enunciadas en las “Directrices” del Comité– guardan relación con la falta de transparencia del proceso de adopción de decisiones de la UNESCO y con el temor de que éstas sean tomadas por especialistas y ONG, marginando a las comunidades locales. De ahí que sea importante documentar el proceso decisorio, a fin de que las generaciones venideras comprendan cómo se tomaron las decisiones, qué opciones se contemplaron, qué valores del pasado subsistieron y cuáles se crearon ulteriormente. También está extendida la idea de que cuando sobrevienen traumatismos como el de Tombuctú, es necesario un periodo de reflexión, dejando el paso de algunas generaciones para examinar más a fondo los problemas planteados. En efecto, una reconstrucción completa de los monumentos destruidos –por ejemplo, los mausoleos sufíes– podría borrar la memoria histórica de las poblaciones, privándolas de sitios para meditar sobre su pasado. En el Memorial de la Paz de Hiroshima (Japón), la cúpula medio derruida de Genbaku sirve precisamente para recordar los estragos de la fuerza más destructora jamás usada por el ser humano.

Hacia un cambio de orientación

Las decisiones puntuales adoptadas por el Comité del Patrimonio Mundial sobre las reconstrucciones parecen señalar un nuevo rumbo. Este cambio de orientación plantea un reto a los organismos custodios de la conservación como el ICOMOS porque, debido al prestigio que tienen, esas decisiones hacen dignas de crédito normas de conservación diferentes. Como las circunstancias han cambiado, es necesario adoptar directrices nuevas. La doctrina de las cartas sobre conservación tiene que abrirse a ideas nuevas y los instrumentos del Patrimonio Mundial deben actualizarse. Desde el nacimiento de los primeros axiomas de la conservación en el siglo XIX, las sucesivas generaciones de especialistas han ido aportando principios y orientaciones nuevos. Tal como está recogida en las “Directrices Prácticas”, la doctrina de la conservación centrada en los bienes materiales sigue constituyendo un elemento del legado que hemos recibido los especialistas en patrimonio cultural de nuestros antecesores. La “Carta de Burra” representó un giro importante hacia una conservación centrada en los bienes y valores culturales. La “Declaración de Nara”, al hacer hincapié en la diversidad de las culturas y la relatividad de los valores culturales, nos incitó a interpretar la “Carta de Venecia” con una nueva óptica. Un enfoque que agrupe todos estos elementos doctrinales puede ser un buen punto de partida para reexaminar el tema de la reconstrucción. 

Christina Cameron

Christina Cameron (Canadá) es catedrática de Investigaciones sobre Edificios Culturales en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Montreal. Durante más de 35 años desempeñó un puesto directivo en el sector de patrimonio cultural del organismo gubernamental “Parcs Canada”. Desde 1990 hasta 2008 participó intensamente en la acción cultural de la UNESCO, en su condición de jefa de la delegación canadiense ante el Comité del Patrimonio Mundial, órgano que presidió en dos ocasiones (1990 y 2008).